Entrevista con el Vicepresidente Segundo del episcopado brasileño Mons. Mario Antonio da Silva: “el Sínodo ha de venir al encuentro, no de expectativas, sino de necesidades de las comunidades de la Amazonía”

La diócesis de Roraima se ha empeñado, dentro de sus límites, en donde acoger y acompañar a los migrantes que llegan, teniendo en vista sus necesidades, procurando amenizarlas

En la realidad de nuestras comunidades, tenemos comunidades que han abierto sus espacios para acoger a los migrantes, pero es también innegable que tenemos comunidades, o personas que participan en nuestras comunidades, mejor dicho, que son resistentes

Formar parte de la presidencia es la oportunidad para llevar las causas de nuestro regional, las causas de la migración, las causas de la Amazonía, para una reflexión más amplia en nuestro episcopado

El Papa Francisco, es un signo de los tiempos en nuestra Iglesia, en esa vertiente de estar más atentos a lo real, a lo concreto de nuestro día a día

El Sínodo para la Amazonía está siendo un proceso vivido con mucho vigor en nuestras comunidades

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Reconocer los errores y los aciertos nos ayuda a crecer, sobre todo cuando se hace movido por un sentimiento de fe que nos lleva a construir el Reino de Dios. Son actitudes que uno percibe en Monseñor Mario Antonio da Silva, obispo de Roraima y recientemente elegido Vicepresidente Segundo de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil – CNBB, un servicio en el que quiere ser representante de la Iglesia de la Amazonía, que vive involucrada en un proceso sinodal.

En esta entrevista, Monseñor da Silva habla de la realidad de la migración, que ha cambiado la vida social y eclesial de Roraima y que, aunque algunos, inclusive católicos, lo vean como un problema, él lo ve como “una oportunidad de convivir con las personas de otra nación, de hacerse diferente, no indiferente, ante estas realidades, y entrenarse para una vida de más solidaridad”.

Al hablar del futuro de la Iglesia de Brasil, el obispo de Roraima, ve necesario, “tener un servicio organizado de la caridad en nuestras comunidades”, pues él mismo reconoce que “nos alejamos un poco de esas lecciones de justicia social, de compromiso como ciudadanos”, lo que exige “crecer en la formación de fe y política”.

La Iglesia de Roraima ha tenido tradicionalmente un fuerte compromiso en el acompañamiento y defensa de los pueblos indígenas, algo que tiene particular importancia en el proceso del Sínodo para la Amazonía, que “está siendo un proceso vivido con mucho vigor en nuestras comunidades”, un tiempo para “decirnos a nosotros obispos lo que realmente necesitan y esperan de la Iglesia católica”, siendo una respuesta, según el obispo, “no de expectativas, sino de necesidades de las comunidades de la Amazonía”. Para ello será necesario, escuchar, para lo que “es preciso una verdadera conversión al Evangelio, una conversión a la pedagogía de Jesús, que era siempre la de escuchar la realidad de las personas y de las comunidades”.

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La Iglesia de Roraima está muy marcada en los últimos meses, por la acogida a los migrantes. ¿Cómo está determinando el día a día de la Iglesia de Roraima el trabajo de acogida a los migrantes?

La realidad de la migración está presente en Brasil y en el mundo, y de manera muy intensa el estado de Roraima, teniendo en vista la frontera en la ciudad de Pacaraima, que es la entrada, digamos así, libre, como frontera abierta de Venezuela hacia Brasil. Eso, desde la realidad de la migración, teniendo en cuenta el contexto de Roraima, realmente provocó cambios, veo que nuestra vida ha cambiado, nuestra vida social y también nuestra vida eclesial.

La diócesis de Roraima se ha empeñado, dentro de sus límites, en donde acoger y acompañar a los migrantes que llegan, teniendo en vista sus necesidades, procurando amenizarlas. Esto hizo que nuestra Iglesia, en algunos de sus sectores, se preparara mejor, con Caritas diocesana, con la Pastoral del Migrante e incluso con otras pastorales sociales afines a la vida y a la dignidad del ser humano.

Pero también nos hizo percibir resistencias e incluso divergencias entre nuestras comunidades cristianas, algunas con más facilidad para acoger, ser solidarias y compartir algo de su tiempo, de sus celebraciones, e incluso de sus economías, y también otras que se cierran con resistencia a acoger, acompañar o hacer algo en beneficio de los migrantes. Es edificante ver las comunidades y familias que se abren, colaboran desde el espíritu de compartir, como es muy triste la realidad también de familias y comunidades que se cierran, sin abrirse a la acogida del migrante.

En la Iglesia de Roraima, reconocemos que migrar es un derecho, aunque seamos conscientes de lo que está ocurriendo en el flujo migratorio de Venezuela, que es una migración forzada, en busca de vida, de esperanza, por no decir simplemente de comida, ropa, medicinas, seguridad y alojamiento. Pero entendemos también que en el aspecto humano, y sobre todo cristiano, la migración es una oportunidad, una oportunidad de convivir con las personas de otra nación, de hacerse diferente, no indiferente, ante estas realidades, y entrenarse para una vida de más solidaridad.

Creo que esto nos convoca al mandamiento nuevo de Jesucristo, tenemos la capacidad de amarnos unos a otros como Él nos ama, amarnos unos a otros como Él ama a brasileñas, brasileños, venezolanos y venezolanas, y también a otras naciones. Este aquí es un gran desafío en ese contexto de emergencia. Nos gustaría que en estos tres años de flujo migratorio tuviéramos ya la posibilidad de instalar procesos, tanto de acompañamiento, de inserción laboral, de integraciones en nuestras comunidades cristianas, pero todavía estamos, digamos, con lagunas en la ejecución de un proceso, dado el continuo flujo migratorio que nos hace vivir por estos últimos tres años en una permanente emergencia, en el campo de la asistencia y del acompañamiento.

Es cierto que algunos servicios ya se están estructurando a lo largo de ese tiempo, pero tantos otros se hace necesario ser implantados, para que la atención a los venezolanos sea como ellos merecen, en la acogida, protección, promoción e integración.

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La defensa de los migrantes es una de las grandes banderas del Papa Francisco, y eso a menudo provoca reacciones contrarias, no sólo en la sociedad como en la propia Iglesia. Usted reconoce que dentro de la Iglesia de Roraima también existen esos conflictos entre aquellos que apoyan la acogida de los migrantes y aquellos que se muestran más distantes hacia esa realidad. ¿Usted ha experimentado en algún momento ese rechazo por parte de la propia Iglesia, de los católicos de Roraima, por el hecho de posicionarse en favor de la acogida de los migrantes?

El Papa Francisco ha sido iluminador, alentador, como también el que nos interpela, y ante las interpelaciones del Papa Francisco, como Iglesia, ahora nos quedamos alegres y lo celebramos. Pero también nos quedamos en nuestros cuestionamientos y hasta un tanto avergonzados de no avanzar en propuestas que vienen del Evangelio y que el Papa retoma en un lenguaje muy actual, comprensivo, claro, para todos nosotros. Hasta para quien no comulga de nuestra fe católica, ha sido una luz iluminadora.

En la realidad de nuestras comunidades, tenemos comunidades que han abierto sus espacios para hacer comida, para albergar, dentro de los límites de sus estructuras, para acompañar, para acoger a los migrantes, con celebraciones en su propia lengua, distribuir cestas básicas a través de las entidades que propician adquisición y distribución de los alimentos, y de otras actividades, evangelizadoras o no, en el seguimiento de los migrantes. Pero es también innegable que tenemos comunidades, o personas que participan en nuestras comunidades, mejor dicho, algunos miembros de nuestras comunidades católicas que son resistentes, algunos incluso indiferentes, otros realmente resistentes, a punto de decir, quiero hacer donaciones, pero me limito a donar no para migrantes y refugiados, sobre todo los venezolanos.

En este flujo migratorio de emergencia, en toda nuestra ciudad hay presencia de migrantes. Es cierto que algunos vecinos de nuestras comunidades donde existen algunos servicios, están molestos, no con el servicio que se presta, sino con la presencia de los migrantes en los momentos de auxilio y de servicio, sea de alimentación, sea de atención. En un contexto en que la población migrante alcanza el 10% de la población local, es imposible no tener esa realidad que nos hace tener una vida diferente.

Algunos lo llaman de incomodidad y de perturbación, veo que lejos de que realmente sea incomodidad y perturbación, hay que ver que eso es una presencia diferente, que nos interpela, hasta para que salgamos de nuestras comodidades, de nuestro estancamiento en la forma cristiana de mirar a esos hermanos en extrema vulnerabilidad social, con muchas necesidades fundamentales para la vida, y hacer un poco de lo que merecen y que tenemos posibilidad. Esperamos que con el tiempo, esas indiferencias, esas resistencias, ellas den lugar a la solidaridad, pero es fantasía pensar que eso va a transformarse de la noche a la mañana.

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Sobre todo porque en el contacto con los migrantes, conversando con ellos, uno ve que en la mayoría de los casos, son personas que tenían su trabajo en Venezuela, que tenía una vida más o menos estable, y que muchos dicen abiertamente que nunca esperaron tener que pasar por esa situación. Falta un poco de conocimiento de la vida de los migrantes, de las causas que los han traído hasta aquí, ¿la sociedad, los propios políticos, usted no piensa que están contribuyendo con ese sentimiento de xenofobia?

De hecho, de inmediato, ante el flujo migratorio, parece ser muy fácil, desconociendo toda la historia, la acción y la causa de la migración, considerarlos como invasores de nuestro espacio, de nuestra ciudad, es algo muy fácil, y también de mucha comodidad, por no decir hasta realmente inhumano e infeliz. Es preciso encarar esta realidad con mucha franqueza, y al mismo tiempo, reconocer que las causas de la migración aún no las conocemos de manera absoluta. Sabemos algunas motivaciones por las que llegan hasta nosotros.

Yo creo que el camino sería tener en nuestra mente la necesidad de acogerlos como nuevos habitantes de nuestro país y de nuestra ciudad. No son invasores, son personas que vienen a una nueva etapa de su vida. Nos gustaría que esas causas de crisis humanitaria no fueran reales, pero ellas son hasta el punto de llegar a nosotros. Creo que la grandeza de nuestro corazón humano, ciudadano, e incluso cristiano, es acogerlos como nuevos habitantes entre nosotros, nuevos hermanos y hermanas. Es claro que existe un discurso a veces, político, social, histórico, y a veces hasta eclesial, desfavorable a esa integración, teniendo en vista intereses los banderas políticas de querer pensar que se está haciendo más por brasileñas y brasileños negando algunos derechos a los migrantes y refugiados.

Es cierto que lo que en nuestra sociedad, sobre todo Roraima, Boa Vista, ya le faltaba al brasileño, salud, educación, seguridad, transporte, y a veces hasta acogida en nuestras comunidades católicas, cristianas, ahora falta aún más con esa emergencia de la cuestión migratoria. Pero más que alejarlos de nosotros, o rechazarlos, con xenofobia o prejuicios, o actitudes que indican un rechazo, un gesto de que no deberían estar aquí con nosotros, deberíamos abrir espacio, construir nuevos caminos, para que nuestra sociedad brasileña tenga ganas de prepararse para el flujo migratorio.

Tenemos leyes de migración en nuestro país, pero falta la reglamentación para políticas públicas de migración en nuestros municipios y estados, y eso queda, digamos así, muy visible ante la realidad que estamos viviendo aquí en Roraima como algo perjudicial, tanto para los migrantes como para nosotros brasileños.

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Este trabajo con los migrantes ha dado visibilidad no sólo a la diócesis de Roraima como a su obispo. De hecho, en la última asamblea de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil - CNBB, usted fue elegido segundo vicepresidente del episcopado brasileño. Desde ese nuevo servicio que usted está asumiendo, ¿cómo ve la realidad de la Iglesia brasileña hoy?

La Iglesia de Roraima tiene una historia de más de cien años como Iglesia particular, y ha destacado por la valentía de todos los obispos, de los misioneros y misioneras, y también de las comunidades locales de aquí, por la profecía, por la vida misionera y por la opción preferencial por la dignidad de los pueblos locales y también de la vida humana. Con la cuestión migratoria es evidente que, teniendo en vista que un número grande de migrantes están aquí en Roraima, eso dio visibilidad al hecho social, así como a las actividades de nuestra Iglesia, los servicios que la diócesis, a través de sus instituciones, a través de las congregaciones religiosas, de las parroquias y comunidades, a través de otras instituciones que nos apoyan, Caritas brasileña, Caritas diocesana, también la CNBB, Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, las congregaciones de todo Brasil, que nos han apoyado en ese sentido. Esto ha dado realmente visibilidad.

Es un hecho que no pocas veces recibo, digamos así, felicitaciones, mensajes de solidaridad. Y atribuyo eso a todo el trabajo que se viene realizando. Siempre comparto esas felicitaciones con las personas que están en la línea de frente de los innumerables servicios que se realizan en favor de los migrantes, tanto aquí en la capital como en los municipios del interior. Porque son esas personas, mujeres y hombres, sin salarios, muchas veces voluntarios, que están ahí, en el día a día, ayudando en la acogida de los migrantes, acompañando sus dolores y al mismo tiempo amenizando sus sufrimientos. Entonces, es con ellos con quien comparto todo ese reconocimiento que viene de Brasil y que también viene de entidades del exterior, que nos visitan y que nos ayudan en la acogida, en los servicios realizados a los migrantes.

Esto también ha proyectado nuestra diócesis e incluso, digo aquí con mucho reconocimiento y con humildad, la figura del obispo, a nivel de CNBB, a nivel de las diócesis en Brasil. En la última asamblea, dentro de la nueva configuración de la presidencia de la CNBB, fui elegido como segundo vicepresidente. En realidad, lo que nosotros queríamos como Iglesia en la Amazonía, teniendo en vista el Sínodo, que se está realizando y se realizará de manera muy específica en octubre próximo, nuestra intención era que alguien de la Amazonía, un obispo de la Amazonía, también formara parte de la nueva presidencia. Esta era nuestra voluntad, nuestro diálogo, nuestra conversación, entre tantas indicaciones que se hacen en el proceso de elección de la presidencia.

La indicación no sería necesariamente el obispo de Roraima, y mucho menos yo, Monseñor Mario Antonio. Pero ahí, en el discurrir de las elecciones, en la modalidad propuesta por la CNBB, fui elegido como segundo vicepresidente. En el contexto nacional de la presidencia de la CNBB, lo acogí, digamos así, con alegría, no por el hecho de ser elegido, sino por la posibilidad de representar a la Iglesia de la Amazonía, porque no, la Iglesia también de Roraima, nuestro regional, Amazonas y Roraima, en el contexto nacional de la presidencia de la CNBB. Creo que es la oportunidad para llevar las causas de nuestro regional, las causas de la migración, las causas de la Amazonía, para una reflexión más amplia en nuestro episcopado. Es una oportunidad, un camino que veo bastante positivo y que tiene ya, de algunos años para acá, bastante apertura en la Iglesia de Brasil, pero que puede ser efectuado con mayor calidad, con mayor presencia, y al mismo tiempo, con más continuidad en ese proceso de evangelización entre los regionales de la Amazonía con los demás regionales de Brasil.

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En Brasil se percibe una fractura social, un enfrentamiento cada vez más fuerte entre diferentes posturas. El episcopado brasileño, en la última asamblea, lanzó un mensaje donde mostraba su postura ante la realidad social. Para alguien que forma parte de la presidencia de la CNBB, ¿cómo piensa que puede ser el camino de la Iglesia de Brasil en los próximos años y cuál puede ser el papel para intentar acabar con ese distanciamiento social, incluso dentro de la propia Iglesia católica?

El mensaje al Pueblo de Dios fue realmente un mensaje con el espíritu del episcopado brasileño, pero también con el espíritu de la historia de la CNBB, junto al pueblo brasileño. El camino creo que está bien dilucidado en las directrices generales que aprobamos para este cuatrienio, que es cuidar de nuestras comunidades. Realmente tener una mirada muy atenta a los desafíos, pero también a las potencialidades de nuestras comunidades. Ver nuestras comunidades como un espacio innegable de muchos desafíos, pero también como espacio de propuestas y respuestas para lo que se busca en nuestra Iglesia. Propuestas y respuestas también de unión, de solidaridad, con los desafíos por la fragmentación y la timidez en la lucha por las cuestiones sociales.

Es cierto que necesitamos, más que nunca, tener un servicio organizado de la caridad en nuestras comunidades. El servicio de la caridad existe, pero tiene que estar organizado para mayor efectividad y mejor aprovechamiento de las fuerzas que se dispensan y hasta de la parte financiera que se invierte en todo eso. Es necesario hacer también de nuestras comunidades, además del espacio celebrativo, en el espíritu del proceso de la iniciación a la vida cristiana, misionero, ser también un espacio de formación de fe y política. Creo que aquí está un desafío muy grande, de hacer que nuestras comunidades tengan esa dimensión, sean sensibles a la necesidad de una formación en el campo de la fe y política, utilizando más y más lo que ya tenemos en el bellísimo patrimonio de la doctrina social de la Iglesia.

Creo que nos alejamos un poco de esas lecciones de justicia social, de compromiso como ciudadanos, e incluso compromiso de expresión concreta de la fe a través del estudio y aplicación de la doctrina social de la Iglesia. Creo que nuestro deseo, mi deseo, digamos así, en este momento, es que realmente nuestras comunidades sean ámbitos donde la comunidad se reúne, celebra su fe, se interpela en su esperanza y caridad, pero al mismo tiempo se compromete por una caminata, junto con otras comunidades, en el aspecto de lucha por los derechos sociales, por los derechos fundamentales del ser humano.

Pero eso sólo va a suceder si tenemos la capacidad de crecer en la formación de fe y política, con mucha honestidad y con mucha sinceridad, para ser capaces de incidencia política. Lo que la Campaña de la Fraternidad nos propone en este año de 2019 es algo desafiante, y que debe ser una misión por largo tiempo, sino por siempre, que es ser realmente capaces de unirse como comunidad para incidir políticamente, para marcar una diferencia. Tal vez en ese momento estemos muy tímidos en la realización de esos pasos, o a veces hasta en algunos ámbitos, en algunos movimientos, en algunas pastorales y comunidades, haya hasta un pequeño retroceso de este aspecto. Que todo aquello que es vivido en la fe, también pueda tener implicación en nuestra vida social, en nuestra vida política, como expresión de que el Evangelio nos lleva a vivir una fructuosa y fecunda unión de lo que somos como personas y al mismo tiempo como los cristianos.

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En sus palabras, podemos decir que el Papa Francisco se ha convertido en una figura con gran autoridad mundial, sobre todo en la resolución de conflictos entre los países y la defensa de los excluidos, de aquellos que la sociedad descarta. En ese sentido, ¿podríamos decir que la Iglesia está recuperando con él esa autoridad moral, social, que durante algún tiempo, como usted reconoce, ha ido perdiendo?

El Papa Francisco, es un signo de los tiempos en nuestra Iglesia, es un signo de los tiempos, realmente, en esa vertiente de estar más atentos a lo real, a lo concreto de nuestro día a día. Y eso ha causado, digamos así, de un lado mucha convicción, mucha determinación, como también, por otro lado, ha causado un cierto espanto para algunos sectores que a veces quieren vivir de brazos cruzados hacia nuestra realidad social, innovadora, de nuestra Iglesia. Yo creo que el Papa Francisco consigue en su manera de ser, con sus palabras y testimonios, con sus gestos, abrir nuestros ojos hacia lo que es esencial.

A la luz del Evangelio, la Alegría del Evangelio, que él nos escribió, es capaz de cuidar de la creación, de cuidar de nuestra casa común, a la luz de la ecología integral, priorizando la vida humana. Él nos pone ante un momento en el que o cuidamos de toda la creación, de toda la vida para nuestro propio bien, o vamos matándonos cada vez más, vamos intensificando ese contexto de exclusión, e incluso aquel sálvese quien pueda. El Papa Francisco, es consciente de toda esta dificultad del mundo de hoy, pero no deja de decir lo que realmente es necesario para la vida humana. Hasta de proponer una conversión de vida, volver a la vida más sencilla, una vida menos ostentosa, un renunciar, a veces incluso de merecimientos y beneficios para que realmente la justicia y los valores del Reino se cumplan plenamente.

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Usted acaba de hablar sobre ecología integral, ya habló sobre el Sínodo. La Iglesia está en este proceso sinodal, esperando que en los próximos días, semanas, se presente el instrumento de trabajo que los padres sinodales van a tener en sus manos para trabajar durante la asamblea sinodal. ¿Qué espera del Sínodo para la Amazonía?

El Sínodo para la Amazonía está siendo un proceso vivido con mucho vigor en nuestras comunidades, teniendo en cuenta la valentía, la capacidad de nuestras comunidades, desde la propuesta de escucha, de proponer sus desafíos y también sus valores, y al mismo tiempo de decirnos a nosotros obispos lo que realmente necesitan y esperan de la Iglesia católica. Ahora estamos en el proceso de estudio del instrumento de trabajo, que pronto será publicado. Esperamos que el instrumento de trabajo realmente nos ayude a hacer que esa experiencia de escucha continúe resonando en el proceso sinodal, para que en octubre, aquello que vamos a aprobar, digámoslo así, en consenso entre nosotros obispos, pueda venir al encuentro, no de expectativas, sino de necesidades de las comunidades de la Amazonía.

Este es un proceso desafiante porque necesitamos pensar en una sinodalidad, pensar juntos para que madure un consentimiento donde sea asumido como compromiso por todos. Veo que ese es un gran desafío ante las innumerables, bellísimas y provocadoras propuestas que vinieron a través del proceso de escucha. Necesitamos más que nunca que el Espíritu Santo nos ilumine y nos aliente para no renunciar a lo que ha venido de nuestras comunidades y que las conclusiones puedan no sólo contemplar las palabras, sino hacer visibles las necesidades y responder a ellas con mucha propiedad, lo que propone el tema del Sínodo, nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral.

Más que nunca, esos nuevos caminos tienen como punto de partida, a mi entender, una preocupación y un cuidado con las comunidades, prioritariamente con las pequeñas comunidades. Y lo que se puede decir también, esa preocupación con los pueblos de la Amazonía. Después la ecología integral, el cuidado que se tiene con todo lo que es creado, tener acciones que prioricen la vida humana, y consecuentemente cada criatura que vive y está presente en la Amazonía.

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Además de posibles exhortaciones y documentos posteriores, hay voces que dicen que la gran riqueza que está aportando el Sínodo para la Amazonía a la Iglesia es ese cambio en la forma de ser Iglesia y aprender a ser Iglesia desde la escucha. ¿Piensa que realmente la Iglesia puede cambiar su postura, que siempre ha sido más docente, discente, y aprender a vivir y caminar desde la escucha?

Sí, veo posibilidad, pero es preciso una verdadera conversión al Evangelio, una conversión a la pedagogía de Jesús, que era siempre la de escuchar la realidad de las personas y de las comunidades, y percibir que en la vida de las personas y de las comunidades la Palabra de Dios ya estaba presente, ya estaba impregnada, y de esa realidad hacer sobresalir los compromisos de vida y misión. Yo creo que las comunidades de la Amazonía nos enseñan bastante eso. Pero todavía carecen que este proceso se efectúe de manera más amplia y permanente. Yo creo que en esta pedagogía y digo que para eso es necesario, como ya he hablado, una conversión al Evangelio, estar atento a la pedagogía de Jesús cuando Él acompaña a las personas y comunidades en los pasajes del Evangelio. De lo contrario, continuaremos ofreciendo lo que somos y lo que sabemos sin considerar debidamente los saberes y las experiencias que están ahí presentes en nuestras comunidades.

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En la convocatoria del Sínodo, el Papa Francisco insistió mucho en los pueblos originarios. La presencia de los pueblos indígenas en Roraima es marcada, y el trabajo de la Iglesia de Roraima durante más de cien años con los pueblos indígenas siempre ha sido muy comprometida. ¿Cuál es hoy la realidad de los pueblos indígenas en Roraima?

Los pueblos indígenas en Roraima, de hecho, tienen en su historia una lucha, como los demás pueblos de Brasil, pero sobre todo aquí, en la defensa de la demarcación y homologación de sus tierras. Y la Iglesia siempre se mostró colaboradora, acompañando todo eso. Hoy tenemos la presencia de la diócesis también en la historia y en la lucha de las comunidades indígenas, con la presencia de misioneros y misioneras, y la pastoral indigenista, bastante actuante en nuestras comunidades. El desafío es tener siempre misioneros que permanezcan por largo tiempo en el conocimiento de la cultura, de las luchas, y que también se comprometen juntamente con ellos.

Tenemos expresiones, digamos, edificantes en esa historia, pero yo creo que necesitamos avanzar un poco más en ese compromiso con las luchas de los pueblos indígenas. Ampliando de tal manera que eso no sea sólo de los misioneros, de la pastoral indigenista, o de aquellos que habitan las comunidades indígenas, sino que sea también de toda la Iglesia de Roraima. Así una opción preferencial por la lucha de los pueblos indígenas de décadas en la historia de Roraima. Pero esta opción también debe involucrar a las comunidades y a la sociedad no indígena en la lucha por esos derechos, ante tanta necesidad de mantener lo que ya se ha conquistado, teniendo en cuenta las amenazas a la vida de los pueblos indígenas.

Siempre hemos trabajado para que los pueblos indígenas permanezcan unidos, todas las etnias que aquí están, sean ellas en sus localidades y tierras, estén unidas. Al mismo tiempo percibimos que necesitamos avanzar en una cercanía, en un trabajo más organizado con los indígenas que residen en la ciudad, y que merecen también una atención específica por parte de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades. Hay buenas señales, pero hay que avanzar para que realmente, lo que es de merecimiento y de dignidad de los pueblos tradicionales de la Amazonía, de los pueblos indígenas de Roraima, siga pasando.

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