Navidad, acoger en el otro al Dios que viene a tu encuentro

¿Cómo hacer visible a un Dios que está en medio de nosotros y muchos no le descubren? ¿Cómo mostrar que vale la pena acoger a Aquel que viene a nuestro encuentro y que eso nos hace más felices y da más sentido a nuestra vida? ¿Cómo ayudar a descubrir que vivir la Navidad es sentir en el interior de cada uno a ese Dios que se hace pequeño?

Dios es alguien que nos lleva a hacernos preguntas, que no siempre encuentran respuesta de manera inmediata, es más, que a veces no tienen respuesta, pero que nunca podemos dejar de hacérnoslas. La primera pregunta que Él nos hace es si estamos dispuestos a acogerle entre nosotros, en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia, en nuestra familia, en nuestra vida. Él continúa llamando a muchas puertas y muchas veces tiene que seguir naciendo a la estrella, porque como ya le pasó tantas veces, nadie le acogió, nadie le abrió las puertas.

Nunca podemos olvidar que Dios está presente en medio de nosotros, encarnado, en alguien que viene a tu encuentro y espera una respuesta. Lo más preocupante en nuestra sociedad actual es que muchas veces no nos preocupamos ni en responder, simplemente ignoramos, nos hacemos los desentendidos, como si no tuviésemos a nadie a nuestro lado. Y eso no nos pasa solamente en la calle, muchas veces también nos pasa en casa, con aquellos que se sientan a nuestra misma mesa.

Por eso, es importante reflexionar sobre lo que nos mueve como sociedad, como cristianos, y descubrir en la Navidad un buen tiempo para pensar en nuestra forma de relacionarnos con los otros, en nuestra capacidad para acoger, aunque más que de capacidad deberíamos hablar de disposición, pues muchas veces ni lo intentamos. El individualismo, la autosuficiencia, se han instalado en nuestro subconsciente como un mecanismo que emerge automáticamente y que nos lleva a reaccionar de un modo inhumano y anticristiano.

No podemos olvidar que uno de los elementos que determinan al ser humano es su capacidad para relacionarse, para generar empatía, para descubrir en el otro la presencia de alguien que me ayuda a crecer. En la medida en que nos decimos cristianos debemos entender que el Dios en el creemos, el Dios de los cristianos, es alguien que se basa en una profunda relación de amor, que descubre en los otros el mejor complemento para alcanzar la plenitud.

En el Hijo se hace presente la grandeza del Padre, que permanece para siempre en medio de la humanidad a través del Espíritu. Todos son diferentes, pero no se entienden sin los otros. Eso nos lleva a pensar en cómo vemos a quien es diferente a nosotros y cómo en la medida en que nos fijamos en las diferencias y dejamos de lado lo que nos une, nos vamos empobreciendo. Uno descubre esas cosas cuando convive con culturas y personas diferentes, pues ellos nos enseñan valores que en nuestros ambientes en los que nacimos, por diferentes motivos, se fueron dejando de lado.

En ese sentido, los pueblos indígenas de la Amazonia me enseñan mucho sobre la práctica de acoger al que llega, de darle todo lo que tienen. Hay experiencias que nos marcan, que nos llevan a pensar en nuestra forma de atender a quien viene a nuestra casa y que nos demuestran que no es necesario tener mucho para ser generoso, para repartir con el otro.

Recuerdo una vez que llegué a una comunidad indígena, era la última de un pequeño río, o igarape, como se dice en esas tierras de la Amazonía brasileña. Un local donde vivían unas seis familias, con recursos muy limitados, que difícilmente pensaban en lo que iban a comer mañana, pues tener para hoy era su principal preocupación. Éramos cuatro, habíamos viajado durante más de doce horas en una canoa, superando las no pocas dificultades que supone viajar en muchos lugares de la Amazonía.

Ya cansados, casi de noche, sólo pensábamos en comer una lata de sardinas y tumbarnos en nuestras hamacas. En cuanto preparábamos nuestras cosas, llegó una mujer, madre de cinco hijos pequeños, con nuestra cena, que claramente sabíamos que era lo que aquella familia iba a cenar aquella noche. Desde una visión occidental y autosuficiente, nuestro raciocinio nos llevaba a decir que no lo podíamos aceptar. Desde la visión de un indígena, eso sería una grave ofensa, pues no estaríamos aceptando su hospitalidad.

En el contacto con los pueblos indígenas, sobre todo con las comunidades más distantes, donde se tarda a veces una semana en llegar desde la ciudad más próxima, en las que el Dios dinero todavía es algo distante, uno experimenta la acogida como algo natural. En esas comunidades el compartir es una actitud que nace espontáneamente, donde la gente te da lo que tiene, porque en ello encuentra el sentido de su vida y de su felicidad.

Inclusive desde un punto de vista cristiano, aquellos que en teoría son destinatarios del mensaje de Jesucristo, nos demuestran que esa dimensión ya estaba allí desde siempre, pues ellos viven lo que en teoría están recibiendo a través de lo que les es anunciado. Esto me lleva a afirmar que hay lugares donde Dios llegó mucho antes que los misioneros, lugares donde Él fue acogido a través de un cambio de actitudes. Dios tiene sus caminos, sus formas de hacerse presente entre nosotros.

Piensa en tu forma de vivir la Navidad, en lo que ella significa, en aquello que representa, en todo lo que quiere que nos preguntemos. Piensa que aquellos que te dejan mal cuerpo cuando escuchas la lectura en la que se nos cuenta como José y María iban de puerta en puerta y nadie les acogía, puedes ser tú, puedo ser yo, podemos ser todos nosotros. Navidad no es sólo un tiempo, es una actitud, una invitación a convertirnos, a entender la vida de una forma diferente, la de un Dios que se hace pequeño en los últimos, la de Alguien que sigue viniendo, llamando a tu puerta y diciéndote que le acojas.

No dudes que en la medida en que lo hagas, vas a ser feliz y vas a hacer feliz a aquel que está a tu lado. Acoger al Dios que viene y vivir según sus actitudes es algo con lo que sólo podemos ganar, aunque algunos se empeñen en querer demostrar lo contrario. ¡Feliz Navidad!
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