Madrid celebra el Día del Misionero Diocesano Ser misionero, algo que vale y siempre valdrá la pena

Misión en la Amazonía
Misión en la Amazonía

Después de 14 años, uno se pregunta el por qué sigue valiendo la pena ser misionero hoy. La primera respuesta brota de un sentimiento humano, que es la felicidad que uno encuentra en aquello que hace, la segunda nace de la confianza que la Iglesia, que un día me envió, continúa depositando en mí

La Iglesia de Madrid cuenta, como recoge la propia Delegación de Misiones, con 593 misioneros repartidos en 87 países

La misión es algo que uno va entendiendo en la práctica y que uno asume cuando tiene la capacidad para situarse en medio de los otros como alguien que escucha y que está dispuesto a construir junto con la gente

En un día como éste es importante sentirse Iglesia diocesana, misionera, corresponsable, en la que cada uno aporta lo que puede, su vida, su oración, su colaboración económica

Misión
La solemnidad de la Ascensión siempre tiene un significado especial para quienes siendo parte de la Iglesia de Madrid estamos en la misión. Fue ese día, en 2006, cuando mi Iglesia local me envió a la misión ad gentes, a la misión universal, en la que sigo desde entonces, en este Brasil de contrastes, mezcla de razas y culturas, donde uno ha ido descubriendo en tantos rostros diferentes la presencia de ese Dios que nos envía, pero que sobretodo nos cuida en la misión.

Después de 14 años, no sé si muchos o pocos, uno se pregunta el por qué sigue valiendo la pena ser misionero hoy. La primera respuesta brota de un sentimiento humano, que es la felicidad que uno encuentra en aquello que hace, la segunda nace de la confianza que la Iglesia, que un día me envió, continúa depositando en mí. Al fin y al cabo, uno es misionero en nombre de la Iglesia que le envía, que no lo hace porque allí sobre gente, sino porque se siente partícipe de la universalidad de la Iglesia.

La Iglesia de Madrid cuenta, como recoge la propia Delegación de Misiones, con 593 misioneros repartidos en 87 países: 182 religiosas, cinco religiosas de clausura, 109 religiosos, 75 sacerdotes y 222 seglares (de los cuales, 73 son familias en misión). Detrás de esos números hay rostros concretos, de hombres y mujeres que siguiendo la llamada de Dios un día decidieron asumir aquello que en el Evangelio de este domingo de la Ascensión Jesús les dice a todos los bautizados, que no podemos olvidar somos, o deberíamos ser, discípulos misioneros: “id y haced discípulos míos a todos los pueblos”.

La misión es algo que uno va entendiendo en la práctica y que uno asume cuando tiene la capacidad para situarse en medio de los otros como alguien que escucha y que está dispuesto a construir junto con la gente con la que comparte su experiencia cristiana. El Papa Francisco nos advierte que la misión no debe llevarse a cabo por proselitismo, sino por atracción. Tampoco olvido las palabras del Papa Benedicto XVI, que ante una pregunta al respecto decía que el día más importante de su vida había sido el día de su bautismo.

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Lo importante, algo que no debemos olvidar nunca, es que todos somos bautizados y que nuestra misión responde a nuestro bautismo y no al ministerio recibido, que siempre debe ser entendido desde el servicio. Somos misioneros en la medida en que construimos una Iglesia donde todos tenemos disposición para caminar juntos, en sinodalidad, donde hablamos después de escuchar y discernir, cuando estamos dispuestos a aprender con aquellos entre quienes la misión nos ha colocado.

Después de casi 14 años, después de muchos errores, propios de quien piensa que lo sabe todo, uno ha ido aprendiendo, con la gente, sobretodo con los más simples, con aquellos que desde una fe del carbonero han ido enseñando que la confianza en Dios, a asumir que ese “estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, es algo que se hace realidad en tanta gente que nos cuida, que se preocupa por acoger a aquellos que reciben como enviados por Dios en medio de ellos. Cuántos testimonios de generosidad, casi siempre de los más pobres, me vienen a la memoria en este tiempo de misión.

Pero también de cercanía de nuestra Iglesia de Madrid, desde el arzobispo hasta gente que uno ni conoce, pero que sabe que rezan por los misioneros, que nos ayudan en proyectos con los que paliar la necesidad de los más pobres, que nos permiten llegar a los más distantes para compartir con ellos la vida que nace de la Palabra y de los Sacramentos. En un día como éste es importante sentirse Iglesia diocesana, misionera, corresponsable, en la que cada uno aporta lo que puede, su vida, su oración, su colaboración económica.

Hoy no es sólo el día de “Nuestros Enviados a la Misión”, es día de expresar que la dimensión misionera continúa muy presente en nuestra archidiócesis, que cuida de sus misioneros, pero que también vive y testifica que estamos juntos en una tarea que es intrínseca a la vida de todos los bautizados. Al fin y cabo, ser misionero es algo que vale y siempre valdrá la pena.

Día del Misionero Diocesano en Madrid

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