Bendecir al Señor
El salmo 113 en su segunda parte, es un salmo en el que domina la comparación entre los ídolos de los gentiles y el Dios verdadero. Sólo hay una alternativa o servir los dioses falsos o servir el único Dios. El pueblo hebreo no quiere atribuirse la gloria a él sino al Señor: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria: por tu bondad, por tu lealtad”(v. 9).
Los paganos podían preguntar al pueblo judío dónde estaba su Dios, cuando los tiempos les eran adversos, pero ellos, puesta su confianza en el Señor, respondían: “Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace” (v. 11).
El pueblo de Israel es categórico al descifrar los dioses paganos: “Sus ídolos en cambio son hechura de manos humanas: tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, tienen nariz y no huelen, tienen manos y no tocan, tiene píes y no andan, no tiene voz su garganta” (v. 12-15).
Y luego añaden lo que es una maldición para los que creen en semejantes dioses: “Que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos” (v. 16). Son seres inertes sin vida. Nos podemos preguntar en realidad a qué dios servimos; en el que nos hacemos a nuestra medida o en el Dios verdadero.
Si creemos en los dioses hechos a nuestra medida, en realidad estamos muertos, porque los muertos no pueden bendecir a Dios. Pero si bendecimos y alabamos a Dios que ha hecho el cielo y la tierra y a sus habitantes estamos vivos porque Dios es un Dios de vivos y no de muertos.
Los cristianos confiamos en el Señor como confiaba Israel y aclamaba que él era su auxilio y su escudo (cfr. V. 19). En este inicio de año pidamos a Dios que se acuerde de nosotros en todo momento y que en cualquier circunstancia favorable o contraria sepamos acudir a él y que cada día nos asemejemos más a él. Texto: Hna. María Nuria Gaza.