Excelencia de la vida familiar

Parra
El salmo 127 canta las delicias de una vida familiar sencilla y armónica. Se inicia el salmo con una bienaventuranza: “¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos!” (v 1). El que cumple la ley de Dios vivirá con serenidad; su vida está entre las manos de Dios, nada puede temer.

“Comerás del fruto de tu trabajo serás dichoso, te irá bien” (v 2). El salmista anima a su oyente a cumplir la ley del trabajo que dignifica al hombre y le saca del peligro de la ociosidad, madre de todos los vicios. Bien afirmaba san Pablo a los fieles de tesalónica “quien no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3,10).

“Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa” (v 3). Las parras para el pueblo judío tenían un gran significado. Una planta de aspecto rústico, seco, de apariencia ajada, desconchada, en invierno desolada. Pero su corteza esconde una vigorosa savia que pasado el invierno llena de vida la planta, dotándola de un vistoso follaje y un preciado y dulce fruto, de la cual extraían el vino. En el Nuevo Testamento es citada con frecuencia. Buen piropo para la mujer, dueña de la marcha de su casa.

“Tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa” (v 3). Otra alegoría. El olivo otro de los frutos más preciados en el pueblo de Israel. Este salmo me evoca una familia judía celebrando el “Sabbat”. Todos reunidos, oran a Yahvé. “Esta es la bendición del hombre que teme al Señor” (v 4). Es lo que decíamos al principio el hombre honrado es feliz. No necesita grandes fortunas, su familia es su gran fortuna. Lo que se le puede desear al hombre honrado es ver su posteridad: “Que veas los hijos de tus hijos” (v 6). Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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