Hermana Albertina
Después de pocos años de profesión la mandaron a Támara para hacerse cargo del dispensario que la Congregación tenía en esta población andina. En aquella época el único medio de transporte era a lomo de yegua. Oír explicar sus hazañas de juventud es admirable. Allí por falta de médico se tuvo que enfrentar a una pierna de un hombre, padre de siete hijos, que la tenía en una parte con gangrena. Sin médico, ¿qué podía hacer ante tal situación? Se encomendó al Señor y a la Virgen María, y dijo al buen hombre, que era el zapatero del pueblo: “Mañana por la mañana venga sin desayunar y con una botella de agua ardiente”.
Al día siguiente le hizo tomar más de un trago de agua ardiente y cuando lo tuvo tumbado por sus efectos empezó la operación. Le fue descarnando la parte infectada hasta el nivel de la rodilla, los huesos al llegar a este nivel cayeron al suelo. Ella comenta la impresión que tuvo al oír el estruendo de los huesos al caer. Luego empezó a suturar y con toda la asepsia posible en su medio y los medicamentos a su alcance la operación terminó. Quedó extenuada pero con fuerzas suficientes para dar gracias a Dios por lo realizado. Aquel pobre hombre con la mitad de su pierna se recuperó y pudo continuar con su oficio para sustentar su familia.
Cuando estuve en Támara la situación sanitaria había cambiado ya iba un médico e incluso un dentista. Íbamos por la calle con la hermana y nos encontramos con una señora que tenía la cara hinchada, ella le preguntó: Pero, ¿mi hijita que le ocurrió? “Hermanita me sacaron una muela y fíjese. Seguro que si me hubiera sacado usted no estaría así”. A raíz del caso me contó que había suplicado a un dentista que le enseñara a extraer muelas, de este modo podía aliviar a la gente que no tenía medios para desplazarse a la ciudad.
¡Qué gran mujer! Ama a Dios y al prójimo. Tiene el cielo asegurado. Como muchos misioneros.