Jesús extiende los brazos

Los padres jesuitas, vecinos nuestros, nos regalaron un cristo para nuestra capilla. Hacia tiempo que buscábamos uno. Era como lo deseábamos pero requería algunos pequeños retoques... La cruz carcomida, un dedo de la mano roto, los píes un tanto descalabrados, algunos rasguños por el cuerpo... No teníamos presupuesto para llevarlo a restaurar. Así pues aunque nunca me he dedicado a ello, decidí emprender la restauración. Antes de ponerme manos a la obra miré y remiré la imagen para ver los colores, me aconseje para saber el tipo de pintura apropiada,…

Poco a poco a través de la imagen establecí un diálogo con Jesús. Me venían en mente las estrofas de aquel canto que el Viernes Santo he cantado y orado en varios países con música de J. S. Bach, "Jesús extiende los brazos y abraza todo el mundo" o aquel otro con la misma música: "Cabeza ensangrentada".

Una estrofa reza: "Nadie como Él nos ha amado". Y ciertamente mirando el crucifijo no podemos dudar del gran amor que Dios Padre nos tiene al entregarnos a su Hijo único. Si un padre no da una piedra al hijo que le pide pan, ¿cómo es posible que el amor de Dios por el hombre le niegue algo que sea bueno para él? El amor de Dios Padre por el hombre es una tal locura de amor que entrega a su Hijo único y lo entrega hasta la muerte más ignominiosa: "La muerte de cruz".

- De verdad Jesús que no entiendo vuestra locura de amor, pero gracias porque así lo habéis querido Tú y el Padre. ¿Cómo podré agradecerte tanto amor?

- Mira, así: Como tú estás reparando esta imagen mía, repara mi cuerpo místico.

- Sí, Señor, ya entiendo, pero es tan poco lo que puedo hacer.

- Haz este poco que puedes con mucho amor. Y sobre todo ama. Sí, ama especialmente a los que tienes cerca. Entrégate con todos tus fuerzas a la misión que se te ha confiado; no importa que ésta sea grande o pequeña; es tu misión y en ella te has de santificar. Mi gracia no te fallará. ¿No ves como estoy clavado para que tú puedas servir? Tú tienes que ser a tu pequeña escala mis brazos, mis pies, mi corazón.

- Gracias Maestro. Quiero seguir tu camino, aunque no sea fácil, es el único camino que lleva a la felicidad auténtica, que me compromete a hacer felices a mis hermanos los que se cruzan en mi camino. Los que necesitan de mi, como yo he necesitado de ti. En mi bautismo me signaron con la señal de la cruz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tu muerte y resurrección me dan fortaleza.


Texto: Hna. María Nuria Gaza. Foto: Antonio Juan
Volver arriba