María, la gran intercesora
Madre de un condenado a la vil muerte de cruz. No tiene posada cuando tiene que dar a luz. A la alegría de tener entre sus brazos al recién nacido se contrapone la ruda cuna de un pesebre. Contempla la agonía de su hijo colgado de un madero sin poder hacer nada, está en silencio al pie de la cruz.
Después de la muerte de Jesús es acogida por Juan, el discípulo amado de su Maestro. Juan no es más que un discípulo pero ella se deja proteger por este hombre que tanto amaba a su hijo. Aunque en realidad es ella quien acoge al discípulo y a todos los apóstoles que se sienten desamparados sin su Señor. Ella está en medio de ellos orando por esta comunidad naciente. Es la Madre de la Iglesia. Intercedió y vela por ella y por sus hijos. Está presente en nuestras penas y alegrías. Por esto nos acogemos bajo su amparo, jamás desecha las súplicas en nuestras necesidades, antes bien, nos libra siempre de todo peligro.Texto: Hna. M. Nuria Gaza.