Mujeres dichosas

Durante la semana de Pascua la lectura del Evangelio de la Misa ha hecho referencia con frecuencia a las mujeres. Son ellas, que decididas van de buena mañana al sepulcro. Nada, ni nadie las detiene para ir a dar una digna sepultura al Maestro. El viernes todo se tuvo que hacer con prisas y corriendo por la solemnidad del sábado.

Por su gran amor hacia Jesús, por su valentía y por su decisión las mujeres son las primeras que reciben el anuncio de la resurrección: Jesús no está en el sepulcro, ha resucitado. Y con el mismo ímpetu con que se atrevieron a acercarse al sepulcro, corren a dar la noticia a los discípulos, que estaban tristes y llorosos, pero no las creen; puede que piensen: "Ilusiones de mujeres".

María Magdalena, de la que el Señor había expulsado siete demonios, vuelve al sepulcro. Busca al Maestro con ardor, quiere llevárselo a toda costa; lo ama tanto desde aquel primer encuentro en que le perdonó todas sus locuras que ya no vive sino para Él. Busca y llora y su constancia es premiada. Jesús le dice: "Mujer, ¿por qué lloras, a quien buscas?". Ella no le reconoce, la presencia de Jesús resucitado es distinta, cree que es el hortelano. El Señor resucitado le dice: "¡María!". Y ahí surge el gran encuentro, María le dice: ¡"Rabboni!, que significa Maestro".

Podemos imaginar la dicha de esta mujer al ver a Jesús vivo a su lado. Pero Éste no la deja tranquila contemplándolo sino que la envía a sus hermanos para decirles: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre". De esta forma esta mujer despreciada en su tiempo, y redimida por el amor de su Maestro, merece tener un encuentro con el Resucitado. Y corre, llena de alegría, a cumplir el encargo de su Señor.

Cuando era niña este pasaje de la aparición de Jesús a María Magdalena, me daba mucha envidia, "¡qué suerte la de esta mujer!", me decía en mis adentros. Ahora sé, por fe, que mi Maestro está a mi lado. Algunas veces me pregunta también por qué lloro, por qué me angustio por qué estoy preocupada,… Otras veces lo presiento cerca. Él me da fuerzas para vivir con alegría, para continuar mi camino a pesar de las dificultades inherentes a todo caminar. Y cuando llena de gozo tengo la experiencia de que está ahí junto a mí, ¡es una pasada! Y esta experiencia conforta e ilumina las noches oscuras.

¡Como quisiera que hombres y mujeres, mis hermanos y hermanas, tuvieran la misma fortuna que yo! Es como encontrar un tesoro, no puedo guardarlo para mi sola, quiero compartirlo: Sí, verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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