¿Pablo, hombre de paz o de espada?
Si analizamos sus trece cartas vemos en el apóstol de las gentes el hombre que en el camino de Damasco oye la voz de Cristo y queda transformado. Desde entonces “su vivir es Cristo”, y se lanza con pasión a darlo a conocer porque es alma de fuego. Sus cartas nos ayudan a conocer sus dones, sus debilidades y sus luchas.
En ciertos momentos es el hombre de espada que reprende con energía los errores de las comunidades: ¡Gálatas insensatos!, ¿quién os embrujó? En nuestra predicación hemos mostrado ante vuestros propios ojos a Jesucristo crucificado. Sólo quiero que me contestéis a esta pregunta: ¿Recibisteis el Espíritu de Dios por cumplir la ley de Moisés o por haber aceptado el mensaje de la fe?
Se enfrenta a Pedro, cabeza de la Iglesia, porque no soporta el disimulo: “Dije a Cefas en presencia de toda la comunidad: “Si tú, que eres judío, has estado viviendo como si no lo fueras, ¿por qué quieres obligar a los que no son judíos a vivir como si lo fueran?”. Ama hasta el extremo las comunidades que funda: “Os llevo en mi corazón para vivir juntos y morir juntos”.
En otros momentos se muestra comprensivo, cariñoso hasta el extremo: “Como una madre que cría y acaricia a sus hijos, así también, os tenemos tanto cariño que hubiéramos deseado daros, no sólo el evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias vidas. ¡Tanto hemos llegado a quereros!”. Testigos sois, y Dios también, de que nos hemos portado limpia, recta e irreprochablemente con vosotros los creyentes. También sabéis que os hemos animado y consolado a cada uno de vosotros, como hace un padre con sus hijos”.
Se pone de ejemplo, sin vanagloria, cuando es necesario: “Hermanos, acordaos de cómo trabajábamos y luchábamos para ganarnos la vida. Trabajábamos día y noche a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros, y entre tanto os anunciábamos el evangelio de Dios”.
Tampoco disimula sus debilidades: “Para que no me engríe con la sublimidad de esas revelaciones, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea. Por tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra en la flaqueza”.
Tenemos, pues, en Pablo no el hombre de paz o de espada sino al hombre que según las circunstancias usa la espada pero nunca para hacer la guerra sino para instaurar la paz en las comunidades fundadas por él. Y de este modo termina muchas de sus cartas: “Paz a los hermanos, y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo”, o esta otra: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.