Rumiar el pasado

Es cierto que en nuestras manos sólo tenemos el escaso y fugaz presente, y partimos de él para ir imaginando y soñando con un futuro unas veces inmediato, y otras veces más lejano. Hacer planes para el futuro sin tener en cuenta el presente no suele conducir a ninguna parte, pero estar siempre dando vueltas al pasado, tampoco conduce a ninguna parte.

Si el pasado es válido, lo es tan solo como un punto de partida para el hoy, para intentar no volver a tropezar con las mismas piedras, no caer en los mismos desajustes, sino para aprender de lo ya vivido para hacer mejor y más fácil el camino de la vida, para precisamente en la experiencia del pasado hallar los medios para que el futuro sea en verdad mejor.

Conozco a personas que parecen estar siempre mirando el pasado sin sacar de él nada provechoso. Les gusta pensar y repensar lo que ya pasó, aquel o aquel otro acontecimiento que en un momento de sus vidas fueron decisivos y que desearían volver a vivir, como si pudieran volver a proyectar la película de su vida. A estas personas les cuesta reconocer que les gusta contemplar su ayer, pero desde la perspectiva del hoy.

Al pensar en ellos se me ocurre la imagen de los rumiantes, tumbados, volviendo a masticar una vez más lo que ya fue, pero eligiendo de cada momento lo que resulta más conveniente, perdiendo de vista el entramado de su propia vida, recopilando una y otra vez acontecimiento aislados que no llevan a ninguna parte.

El Señor nos da cada día cuanto necesitamos, cuanto nos es bueno y provechoso para que con alimento nuevo podamos dar fruto en abundancia. Nuestra responsabilidad está en reconocer cuanto recibimos para ponerlo y ponernos al servicio de los demás. Texto: Hna Carmen Solé.
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