San Alberto Magno
Enseña en la universidad de París en la que tradujo, comentó y clasificó textos antiguos, especialmente de Aristóteles. Su discípulo más eminente fue Sto. Tomás de Aquino, el cual un día preguntó a su maestro de dónde sacaba tanta sabiduría a lo que el maestro lo condujo frente a un crucifijo y le dijo: “Aquí aprendo yo, contemplando a Cristo crucificado”.
Lo encontramos dirigiendo en Colonia el Estudio General de la Orden. En 1254 es elegido provincial de Teutonia. Junto con San Buenaventura, defiende en Roma los derechos de las Ordenes Mendicantes. El Papa Alejandro IV lo nombra obispo de Ratisbona a pesar de su oposición. Dos años más tarde el Papa acepta su renuncia retornando a su vida conventual. Este santo destaca por su capacidad, sagacidad y equilibrio en solucionar conflictos.
Hay que destacar que más que un científico es un teólogo, observante y mortificado, hombre de oración ininterrumpida. Pasa muchas noches en oración, a imitación de su fundador Santo Domingo de Guzmán. Amante de la Eucaristía. Es un místico que descubre a Dios en el encanto de la creación y un gran devoto de la Virgen María; tiene por ella un amor ingenuo y profundo a la vez. Muere en su mesa de trabajo el 15 de noviembre de 1280.
Es patrono de los estudiantes de ciencias naturales, ciencias químicas y ciencias exactas. Un santo a quien encomendarnos en nuestro mundo que con frecuencia opone la ciencia a la fe. Texto: Mª Nuria Gaza.