Volver
Pasó la Semana Santa y con ello la vuelta a la vida cotidiana que tan rápidamente se nos hace presente y también a la rutina de ciertos momentos. Hemos vivido un tiempo litúrgico fuerte y de gracia para el cristiano; ciertamente pasó pero que ha de seguir impregnando nuestro quehacer diario en aquello que vivimos y hacemos.
La alegría de la Pascua, de la Resurrección, que invade la cincuentena pascual y que invita a algo nuevo para el cristiano, a un toque de verdadero gozo porque algo grande continúa sucediendo hoy y mañana.
Cristo resucitado sigue saliendo a nuestro encuentro aunque no le reconozcamos enseguida pero ojalá algo arda en nuestros corazones como les sucedió a los discípulos de Emaús y le reconozcamos en el pan partido y ofrecido en cada Eucaristía (Lc 24, 13-35). Jesús nos espera y se hace el encontradizo, abramos nuestros ojos y el corazón a su presencia viva. Digámosle a Jesús "quédate con nosotros" y quedémonos con Él orando, busquemos ese tiempo para la oración, que hemos intensificado en la Semana Santa. Sigamos alimentando la fe que nos llevará a ser portadores de esperanza y de caridad entre nuestros hermanos y especialmente en aquellos que mas lo necesitan. La oración es encuentro con el Amigo, con quien nos espera y al que deseamos encontrar. Confiemos nuestras vidas al Señor de la Vida.
"Padre mío,
me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre". (Carlos de Foucauld)
Texto: Hna. Ana Isabel Pérez. Foto: Hna. Conchi García.