Una casa para el Señor

Confiar
David, antes de emprender su último viaje, dijo a su hijo Salomón que había preparado mucho material para la construcción del templo de Jerusalén que hubiera deseado construir; pero el Señor le dijo que sería su hijo quien emprendería dicha obra. David quiso trasladar el arca de la alianza del Soto de Jaar a Jerusalén (v 6). El salmo 131 es un texto muy antiguo que evoca este traslado.“Muchos expertos creen que este canto resonó en la celebración solemne del traslado del arca del Señor, signo de la presencia divina en medio del pueblo de Israel, a Jerusalén, la nueva capital escogida por David” (Benedicto XVI audiencia miércoles 14 septiembre 2005). En este traslado el propio rey David iba ofreciendo sacrificios y danzando ante el arca.

Este salmo encierra dos juramentos. El primero de David: “No entraré bajo el techo de mi casa, no daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob” (v 3-5). Estos versículos del salmo evocan el hecho de David narrado en el segundo libro de Samuel en su capítulo 6, la súplica del monarca de que el Señor resida entre ellos, igual que él los acompañó durante la marcha por el desierto: “Levántate Señor ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder” (v 5).¡Ojalá nosotros como David tengamos el deseo ardiente de que el Señor habite en nosotros y entre nosotros.

El segundo juramento es de Dios: “El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará a uno de tu linaje pondré sobre tu trono” (v 11). La lectura cristiana nos hace ver en este descendiente a Jesús. Los evangelios lo llaman con frecuencia hijo de David. El rey David fue un rey modélico, no por no haber cometido pecado sino por reconocer sus errores y ser fiel a la ley divina. “El Señor ensalza a los humildes” cantó María, la madre de Jesús.Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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