El ciego curado
Es un ciego que deseaba ver, un ciego que añoraba la luz, un ciego que soñaba con recuperar la visión de los colores, que ansiaba ver de nuevo las formas de las cosas. Y confiaba en que algún día eso iba a ocurrir. Y por su fe Jesús, el Señor, le devuelve la vista y le dice “tu fe te ha salvado”.
Pero en la vida hay gente que es ciega o que actúa como tal, personas que han perdido la visión de las cosas, pero que no echan en falta volver a ver. Hay ciegos que no añoran la luz, y por eso nunca se acercan a Dios para suplicar el milagro, nunca desean ver más allá de sus propias tinieblas porque en ellas han hallado su lugar.
Es ciego quien se conforma con sus únicos puntos de vista, con sus propias y quizás pobres expectativas, es ciego quien nunca piensa en los demás ni se interesa por cuanto les ayuda a vivir. Es ciego aquel que con una mirada demasiado miope se limita a mirar sólo a su alrededor inmediato.
Y nadie, tenemos la visión perfecta, pocos son los que se esfuerzan en ver como Dios nos propone que veamos, con ojos generosos, ansiosos de ver la luz con las propias pupilas y verla también reflejada en los ojos de los que están a su lado.
Si queremos recuperar la luz perdida, debemos pedir a Jesús que cure nuestra ceguera, la ceguera de nuestro egoísmo y de la luz limitada y Él haciendo crecer nuestra fe nos dará la luz, la gracia, la fuerza para reconocer formar, colores y toda la hermosura que Él ha creado y que se refleja también en los rostros y las obras de los hombres que le buscan con sinceridad, como hizo con aquel hombre ciego que cerca de Jericó le suplicó poder recuperar la vista. Texto: Hna. Carmen Solé.