Si no os convertís todos pereceréis

Todos los Santos
La primera parte del salmo ochenta nos recuerda una celebración del pueblo judío en el templo de Jerusalén. Hacen memoria de su caminar hacia la tierra prometida. Ahora que ya la han alcanzado, todo son vítores y cantos de fiesta acompañados con instrumentos musicales: “Aclamad a Dios nuestra fuerza, dad vítores al Dios de Jacob, acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva por la luna llena, que es nuestra fiesta” (v 2-4).

Pero tiene una segunda parte que es una llamada a la conversión: “Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti, ojalá me escuchases Israel. No tendrás un dios extraño, no tendrás un dios extranjero” (9-10). Es que el pueblo de Israel, una vez instalado en la tierra prometida, se hizo olvidadizo de los favores de Yahvé cayendo de nuevo en la infidelidad. Es que los pueblos que estaban junto a Israel eran un peligro para ser fieles a la ley de Dios.

En el Evangelio vemos como Jesús advierte a sus oyentes: “Si no os convertís todos pereceréis” (Lc 13,1). En tiempos de Jesús la dominación romana influía también en la conducta religiosa del pueblo elegido. ¡Cuántas veces el Señor no se quejó del olvido del pueblo ante la misericordiosa paciencia de Padre!

¡Cuánto dolor no debía tener Jesús al rezar este salmo! Él se encarnó para la salvación de la humanidad y los suyos pero los más cercanos a él le son indiferentes, cuando no enemigos: “Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino” (v 14). Y por si fuera poco entregó, antes de su pasión, su cuerpo para que fuera alimento y fuerza para los que creyeran en él: “Te alimentaría con flor de harina” (v 17).De este alimento, la Eucaristía, se han nutrido todos los Santos que mañana celebra la Iglesia.Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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