Es conocido el episodio bíblico de Jacob luchando con el ángel.Leamos el texto central: “Luego un hombre luchó con él hasta el amanecer. Éste, viendo que no lo podía vencer, le dio un golpe a Jacob en la ingle mientras luchaban, y le dislocó la cadera. Dijo el hombre: “Suéltame, mira que ya amanece”. Jacob contestó: “No te soltaré hasta que me hayas bendecido” (Génesis 32, 25-27). El ángel lo bendice, cambiándole el nombre de “Jacob” (mentiroso) por el de “Israel” (Fuerza de Dios).
A veces nos enfadamos con Dios porque parece que se olvida de nosotros, que no tiene en cuenta nuestras oraciones, que no cumple sus promesas... Enfadarse con Dios es una forma de comunicación, como en las parejas. Lo malo es que, a veces, buscamos, en el diálogo, que se cumpla nuestra voluntad. La clave de este relato está en el descaro de Jacob hacia el representante de Dios: “No te soltaré hasta que me hayas bendecido...”Esta terquedad del humilde, del sencillo, que se pone en las divinas manos y expresa su necesidad de amor, de bendición, le agrada a Dios, que sonríe y juega al escondite, y reforzar así nuestra fidelidad, nuestra entrega...
COMO DOS LUCHADORES DE SUMO
Me gustaría presentar una escultura de 1940, con cierto aire primitivo, de Jacob Epstein, actualmente en la Tate Gallery londinense. En alabastro de un solo bloque, pesa más de dos toneladas y media. Uno no sabe bien si los protagonistas se pelean o se abrazan (podría hacerse también una lectura erótica).
Pareciera que el ángel levanta vigorosamente a Jacob, que se muestra abandonado, vencido. La piedra original está veteada con manchas de color rosado que sugieren vasos sanguíneos y venas (yo añadiría: y moratones de la paliza que acaban de propinarse). Alguien ha observado con ingenio que los brazos de este Jacob son demasiado cortos para boxear con Dios...
Se entregó ferozmente Unamuno a este arriesgado desafío. Escribe en "Mi religión y otros ensayos":
“Mi religión es buscar la verdad en la vida y en la vida la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarla mientras viva; mi religión es luchar incesantemente e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob."
Aunque sabe de antemano que va perder, desafía implacablemente al cielo:
“Yo quiero pelear mi pelea, sin cuidarme de la victoria. ¿No hay ejércitos y aún pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que se dejaron matar antes que rendirse? Pues ésa es mi religión”.
EL POEMA DE HOY
Por su extensión, siempre distribuido en estrofas de cinco versos, presentamos a continuación un solo título, “Desafío a vida” (en contraposición a “desafío a muerte”). Aquí el cuerpo a cuerpo se desarrolla directamente con Dios, pero no a muerte ni a moratones, sino a vida (las cinco estrofas finales se dirigen directamente a Dios, y el último verso es espléndido: “¡Ya somos una sola voluntad!”).
Se intercalan en el texto dos imágenes: en la primera se trata de una escena de Leloir (1865), bien ajustada al tema (pulsar). La segunda, de Rembrandt (1659), aunque en esta copia fragmentada parece que el ángel acuna al patriarca, contemplada completa (pulsar), me parece observar que el enviado de Dios está aplicando una terrible llave: contemplamos a Jacob retorcido, con la cabeza totalmente ladeada; sería ahora cuando le disloca la cadera... Pero leamos ya los poderosos versos de Bartolomé Mostaza referidos a su amigo enemigo, su cristo amargo, su dulzura...:
DESAFÍO A VIDA
Cual Jacob con el ángel, día y noche, y año a año,
hasta descaderarme, hasta enervarme, lucho y lucho
con Dios en desafío.
Alternativamente hiero y hiéreme.
Le apreso y soy su presa.
Alternativamente muero y muerte doy, y nunca
la lucha se decide. No hay descanso ni armisticio.
Y en sus llagas me embriago,
y en mis llagas se embriaga, como el fuego
en el verdor de un bosque...
Trabado estoy con Dios en ruda guerra, y cada cosa
es arma que le arrojo o le devuelvo;
y es el mundo arsenal siempre a mano.
El me pasa a cuchillo mis espías;
yo le diezmo sus tropas.
Cual roca desgajada del cordal se precipita,
sierra abajo, y la furia la acelera, con estruendo,
y en su centro detiénese,
y todo lo que topa en su carrera,
desmenuza y quebranta;
así desde mi cima me despeño en sus abismos,
y su sorbente vértigo me arranca de mí propio,
y El contra mí se lanza
a todo el paso de su amor: chocamos
su todo y mi vacío.
El es mi coyuntura. En alarido el alma sufre
desencajada de Él, cual de su cotila el tobillo.
Si para desdolerse
el alma encaja en vano en cosa y cosa,
ninguna es su cabida.
En todas desajusta; en todas duele. Y en su aprieto
no respira, aplastada entre el fastidio y la congoja,
y a Dios se vuelve el alma,
a su amigo enemigo, el implacable
y voraz precipicio
donde ella se despeña... ¿Qué dogales, qué ataduras,
qué rabiosas serpientes se me enyedran al erguido
anhelo, qué mandatos
me espetan a Ti, Dios, que no me sueltas?
A remache los clavos
de mis potencias húndense en tu esencia. Estoy, de punta
a cabo, en Ti clavado, cual letrero luminoso
ardiendo con tu llama
y diciéndole al mundo, a vivo grito,
mi rabia de victoria.
O mi rabia vencida: ¡más no puedo, más no puedo!
Más no puedo, mi Dios, mi cristo amargo, mi dulzura.
Ya me dejo en tus manos
como una blanda greda moldearme...
¡Pero no me has vencido!
Soy yo quien me he vencido con tu brazo, duro amante.
Soy yo quien me moldeo con el molde de tu hermoso
corazón agrietado
de compasión... Ya amansas de tu cólera.
¡Ya somos una sola voluntad!
