150 Aniversario de la Diócesis de Vitoria. Reflexión: La palabra VOCACIÓN.

Según datos facilitados por el obispado de Vitoria, cuando esta diócesis se constituyó como tal, solo en el Territorio Histórico de Álava (recordemos que inicialmente la Diócesis de Vitoria abarcaba también a las actuales de Bilbao y San Sebastián) el número de sacerdotes que atendían la pastoral era de 663. Actualmente, y para atender a las 421 parroquias censadas, el número de sacerdotes es de 189 (esta cifra incluye también a los religiosos de algunas órdenes que han asumido labores de pastoral parroquial).

El cierre de templos, las unidades pastorales, y las paraliturgias son medidas que desde hace unos años se vienen aplicando en una diócesis que, antaño, fuera uno de los grandes semilleros de vocaciones sacerdotales y misioneras.

Ni la pastoral con jóvenes, ni las sucesivas acciones e iniciativas de pastoral vocacional, ni las campañas del Día del Seminario, ni las oraciones de personas individuales, grupos, movimientos, conventos y parroquias a favor de las vocaciones han conseguido hasta la fecha relanzar lo que otrora en estas tierras fuese un referente de futuro para muchos jóvenes: La VOCACIÓN sacerdotal.

Non solum sed etiam

Quizá muchos compartan la opinión de que el problema no es específicamente eclesiástico, ni siquiera religioso. El término VOCACIÓN ha desaparecido de la mayoría de opciones profesionales que tienen el denominador común de haber sido concebidas para servir al prójimo. Pensemos que la palabra vocación estaba ligada también a la medicina, a la enseñanza, a la seguridad, a la investigación, a la justicia, … incluso en oficios artesanales cuando quien lo ejercía lo hacía con entrega exquisita se decía de él que tenía vocación.

Hemos perdido “la vocación” o al menos si existe “da corte” demostrarla.

Esto aplicado al sacerdocio parece evidente a la vista de algunos detalles que se me antoja compartir, y que aunque, reconozco que, algunos son más discutibles que otros, todos en el fondo, son un signo de la decadencia vocacional:

• Los curas no viven (salvo algunas honrosas excepciones) en “sus” parroquias, lo que dificulta que la parroquia sea un centro de acogida y atención espiritual las 24 horas del día.
• Muchos curas, aparentemente al menos, ofrecen una imagen de “funcionarios eclesiásticos”, gente con un horario de trabajo, vacaciones, un sueldo fijo, que acude a su puesto de trabajo y procura ser muy “profesional” en las cuestiones administrativas de índole eclesiástico y en la administración de algunos sacramentos.
• El uso, o no uso, por el contrario, de las diversas vestimentas sacerdotales, tanto las concebidas para la liturgia como las concebidas para la identificación visual del presbítero han pasado a ser o bien uniformes identificativos de posicionamientos ideológicos o prendas carentes de significado, no porque no lo tengan, sino porque nadie se molesta en explicarlo o entenderlo.
• Aunque sea meterme en un jardín delicado, y a riesgo de estar equivocado, no puedo, desde mi libertad, renunciar a exponer el siguiente argumento: si lo sustancial de la VOCACIÓN sacerdotal es una llamada al servicio a los demás, especialmente a los más pobres, para hacer llegar a todos LA GRACIA de Dios, expresada en los diversos Sacramentos, ¿no es absurdo estar poniendo por encima de esto requisitos como el celibato, y si me apuran, hasta el género o la obediencia ciega al obispo?; ¿no estaremos errando al castrar buenas y santas vocaciones al sacerdocio?
• Este mundo secularizado y secularista no es sin duda el mejor terreno para que germinen semillas de vocación sacerdotal como sucedía hace unas décadas; pero es que ni siquiera son un referente para “vivir como un cura”. El sacerdote no es un modelo de vida, y el que lo es (independientemente de que ideológicamente sea más o menos ortodoxo), muchas veces es silenciado o ninguneado por sus superiores y hasta por sus compañeros. Por eso los sacerdotes que “dejan huella” lo hacen en la intimidad, en el anonimato, salvo que un medio de comunicación recoja “la simpática historia” de aquel cura al que despidieron sus feligreses con lágrimas por traslado o por pasar a la Casa del Padre.

Por ir terminando, seguramente algún otro epígrafe se podría añadir, y quizá algún lector se anime a ampliar lo escrito, pero como primera pincelada es suficiente. No obstante, si bien el texto tiene un tinte crítico y hasta ácido en algunos párrafos, las últimas líneas quiero que sean de esperanza, reincidentes en la tesis del post anterior donde la palabra clave era “OPORTUNIDAD”.


Si una JMJ es una ocasión para que florezcan vocaciones ¿por qué no una celebración del “Cumpleaños de la Diócesis”? Al menos habría que arriesgarse a sembrar y seleccionar buenos abonos. Pero para eso también hay que tener “vocación de sembrador”. Todo es ponerse (con el mazo dando) y pedir al Dueño de la Mies que “mande” obreros (a Dios rogando) sin reparos a reconocer que han sido “llamados, vocacionados”.
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