Sobre un libro de Fernando Sebastián Evangelización y cultura en España

(José Ignacio Calleja).- Me preguntaron un día por la relación Evangelización y cultura, pp 111-178, en la obra de D. Fernando Sebastián Aguilar, Evangelizar, Madrid, Encuentro, 2010. Un libro del 2010, pero actual en su temática donde los haya, y una palabra muy autorizada en cualquier sentido del término. Espero que pueda leerse en clave de diálogo por la misma verdad pastoral.

Prometí dar una respuesta por escrito y lo hice así: Como corresponde al autor, el texto está muy bien construido, es profundo y claro, a la vez, y arriesga en concreciones. Yo estoy de acuerdo en no pocas observaciones, pero es difícil en una breve nota diferenciarlas de otras que no comparto. Desde luego, para mí, las páginas 162-170 son las mejores.

Lo más cuestionable del este planteamiento está en varios supuestos que no son tan evidentes como dice. Me explico.

- La escisión entre Evangelio y cultura es el drama de nuestro tiempo, (EN 20). Esta es la tesis primera del libro y de todos nosotros, pero el libro va a jugar siempre con la idea de que la ruptura fundamental es por parte de la cultura; la fe, por su parte, es víctima de una deriva cultural (agnóstica) y política (laicista). Hay una falta de autocrítica evidente en el texto.

- La cultura, como sistema espiritual que nos prepara para la fe en Jesucristo, y por la fe en él, al conocimiento de Dios, (p 127), es un planteamiento muy atractivo para nosotros, pero que lleva demasiado lejos el papel que la cultura nos debe. Nos conformaremos con que se abra a la dimensión espiritual de la existencia humana, y, ahí, que reconozca la libertad religiosa más plena. La cultura como "propedéutica de la fe", (p 127), a ver qué significa en lo concreto de vida social española. (El paso siguiente, y en D. Fernando ha sido claro en otros textos, es el derecho a libertad religiosa como libertad a la religión confesional, y a las subvenciones públicas que esto requiere, en su obra social, en su escuela y en su culto).

- Quiero decir, con esa advertencia final, lo que sigue: D. Fernando, una y otra vez, trata en abstracto la cuestión de la cultura y la fe religiosa, y, sin advertencia alguna del cambio de nivel, continúa con la fe religiosa cristiana, y ésta en su forma católica, y ésta en la iglesia romana, y ésta en la iglesia y sociedad españolas. Todo seguidito y como si fuera lo mismo. Y no es así. La dimensión espiritual de la cultura, normalmente es religiosa, pero su verificación en leyes y estructuras sociales, puede definirse de muchos modos, para variadas religiones, y con formas de laicidad política distintas. Fuera de España y en España.

- El fundamento último del exceso de derechos históricos que, a mi juicio, D. Fernando pretende para el catolicismo español, deriva del planteamiento teológico sobre la relación entre "cultura, fe y revelación". No hay más que ver el papel que le asigna a la razón y cultura humanas, acerca de las verdades doctrinales y los criterios morales de la fe, es decir, de la Iglesia. Sin duda, un papel, secundario al máximo, tanto más cuando ha puesto verdades doctrinales y criterios morales, ¡al mismo nivel!

Supone (p 133) que la revelación de Dios, conocida por la fe, revela la verdad del ser humano y de su vida social, (¡es la fe!), en sus verdades totales y en sus criterios morales, y lo hace para todos, dentro y fuera de la Iglesia (¡es el atajo de la fe para saber más que los demás en la vida social!). Esta es mi mayor discrepancia con él. No es que no sepamos por la fe la verdad del ser humano y que no debamos contarla, pero lo sabemos y contamos como mensaje de la fe, anuncio explícito de la fe, y no como mensaje social evidente en todo, y con nuestra fórmula, a cualquier mente humana sana. (Este proceso si no se plantea bien, puede dar pie a mentalidades totalitarias en lo social y político, y teológicamente, fundamentalistas). Esta es la cuestión, la verdad del hombre, conocida en plenitud por la fe en la revelación, hay que contarla entera, anunciarla siempre, pero diciendo que sabemos distinguir dogmas de fe y criterios morales, y diciendo que hablamos a la luz de la fe, y diciendo que creemos firmemente que la razón humana también puede verlo, pero que si tenemos que elegir entre la libertad de conciencia y la verdad religiosa y moral, prima la libertad de conciencia, a menos que estén en juego derechos fundamentales de personas inocentes, y aún entonces, obrando mediante la objeción moral de conciencia, (pública, no violenta y sin causar más daños que bienes morales a la convivencia). Es el problema de la objeción de conciencia legítima que se da a la vez que el principio moral político de que la ley democrática injusta sólo se corrige democráticamente.

- El papel absolutamente hegemónico, casi exclusivo de la fe sobre la cultura y la razón, ya no admite ser cuestionado casi nunca, porque en ella se nos da a conocer "la verdad del hombre y del mundo" (p 141 y 144). La fe recibe de la cultura ayudas que la depuran, y la cultura recibe de la fe la estructura fundamental que la depura y la sostiene. Y esa fe es revelada, y es en Jesucristo, y es en la Iglesia, y es el alma eterna de España y Europa. (La praxis humana liberadora, la de los derechos humanos y desde los más pobres del mundo, aquí no se considera para depurar algo de la fe y de la Iglesia. Ella lo sabe todo por la revelación y la fe; ella fundamentalmente se corrige sola y desde dentro; son otros los que no la comprenden y respetan).

- Los rasgos de la cultura actual que la hacen incompatible con la fe cristiana son claros (p 151), pero los rasgos de la fe cristiana que históricamente hayan creado esta dificultad, no se ven. Falta mucha autocrítica. ¿Por qué muchos españoles son anticlericales y anticatólicos?, se denuncia; pero no se analiza; un planificado laicismo con rasgos totalitarios parece explicar para D. Fernando, suficientemente, lo que nos pasa (pp 154 ss); y otra curiosidad: una Iglesia casi ciega al totalitarismo entre 1939 y 1975, y, ahora, lo percibe con facilidad en la democracia española (p 158). Más vale tarde que nunca, pero algo falla.

- Cuando D. Fernando quiere mostrar la evidencia de que los criterios morales católicos son claros, y que los tenemos precisos y concretos, (p 162), realiza una hermosa síntesis de esas referencias morales, y se ve, claramente, que son "referencias o criterios morales", pero de ningún modo normas concretas y de elemental significado práctico; además, no dice, que la Iglesia es la primera que no los toma en serio, y que, precisamente, esto dificulta también y mucho la evangelización.

- Se muestra aquí el olvido fundamental de este texto, lo he llamado "falta de autocrítica" eclesial; más no por que no quiera el autor, sino porque no cuenta con instrumentos conceptuales; una vez que identifica verdad del ser humano, cultura humana, fe, revelación, cristianismo, Iglesia Católica, Iglesia Española, verdades doctrinales de la fe y criterios morales católicos, ya no puede diferenciar bien, ¡qué no separar!, ámbitos de la vida social, ni puede elegir referencias de autocrítica ajenas a la autoconciencia eclesial de su historia. Los otros, los distintos y su razón, y los otros, los más pobres del mundo, cuando no son nuestros, no pueden contar como fuente de conocimiento para la fe.

- Lo mismo le pasa al hablar de Europa y su cultura cristiana, hacia el pasado y para el futuro. Falta autocrítica para reconocer los logros y los abusos culturales y materiales, dentro y fuera del continente; el mismo concepto de "progreso" de Europa soslaya cuál y cómo; es de una benignidad ("política") con las relaciones internacionales de dependencia que sorprende. Ya no se acuerdan de la Sollicitudo rei socialis.

- La parte conclusiva sobre el cristianismo como "la religión verdadera" (p 177), no es más que una conclusión del concepto "verdad-revelación" ya dicho, y hoy, en teología, muy trabajado para darle una interpretación tan legítima como honesta con las otras religiones. Y que "la religión verdadera nunca es agresiva. Son las políticas las que son agresivas" (p 178), es la conclusión lógica a la falta de autoconciencia crítica que el autor muestra hacia la fe católica en la cultura y vida social española.


Bueno, querido amigo, aquí te envío mis observaciones. Puedes utilizarlas como te plazca, con mi nombre o sin mi nombre. Puedo defenderlas, creo, con sincera fraternidad.

Un abrazo

José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete
Vitoria-Gasteiz

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