El economista y pastoralista pide transparencia a la Iglesia Pedro J. Gómez Serrano: "Los gestos de Francisco no son marketing"
(José Manuel Vidal)- Pedro José Gómez Serrano es un reconocido economista, director del Departamento de Economía Internacional de la Universidad Complutense de Madrid, fundado por el recientemente fallecido José Luis Sampedro. Es también pastoralista en el Instituto de Pastoral Superior de la UPSA en Madrid, y tiene publicaciones sobre los jóvenes, la Iglesia y el cristianismo, como el libro Nos sobran los motivos, de la editorial PPC.
"Los gestos del Papa Francisco no son marketing", dice sobre el nuevo pontífice, de quien admira "la voluntad de hacer una Iglesia sencilla, en la que los pobres no sólo sean objeto, sino también sujeto".
Critica "el cada vez más perceptible desajuste cultural de la Iglesia en algunos terrenos", a la vez que pide transparencia y austeridad en los ingresos y la economía del Vaticano: "Lo que tiene o lo que deja de tener la Iglesia se debería poder explicar, sin vergüenza ajena, a cualquier persona no creyente".
Finaliza con una llamada a la esperanza reencontrada y a la suma positiva, advirtiendo no obstante que "si no recuperamos el talante de diálogo del Vaticano II, quedaremos en el gueto".
Sampedro fue profesor de economía en la Complutense.
Sí, José Luis Sampedro fue catedrático en la UCM de Estructura Económica Mundial, y entre él y otro catedrático, ya fallecido también, y excelente persona, crearon el actual departamento de Economía Internacional y Desarrollo.
¿O sea que eres heredero de Sampedro?
Sí, bueno, digamos que soy la segunda generación. Yo no tuve la suerte de tenerle como profesor, pero mi padre, que también fue economista, sí le tuvo, y le tenía una gran admiración. Buena parte de mis colegas mayores del departamento fueron sus alumnos o compañeros docentes, y por eso en el departamento hay un cierto talante o una sensibilidad para entender la economía desde una perspectiva humanista, en clave de justicia social, que es una herencia que le debemos a él.
¿Qué eres antes, economista, o pastoralista?
No lo sé. Me ocurre con alguna frecuencia que, cuando voy a parroquias o a espacios eclesiales a dar conferencias, y alguien me presenta como economista, al final de la entrevista suele pasar que alguna mujer de cierta edad se acerca y me dice: "Oiga, siendo usted tan buena persona, ¿cómo es que es economista?". Así que debe de ser que no se ve clara la relación. Sin embargo, en mí se produjeron desde el primer momento las dos vocaciones, en el siguiente sentido: Por una parte descubrí en el Evangelio de Jesús su pasión por los pobres y su denuncia de la injusticia (que tiene elementos económicos básicos), y por otra parte descubrí economistas (entre ellos el propio José Luis Sampedro), que consideraban que los economistas debían estar al servicio, no de los ricos (para que se hicieran más ricos), sino de los pobres (para que dejaran de serlo). Por ese motivo, los problemas de pobreza, desigualdad y exclusión por una parte me llevaron a estudiar economía, y por otra parte la fe cristiana inspiró los valores y las motivaciones de fondo que me hacen estar muy a gusto siendo las dos cosas.
En el Instituto de Pastoral Superior de la UPSA también habéis tenido grandes antecesores. ¿Seguís manteniendo ese espíritu?
Sí, efectivamente. Yo acabé el Instituto Superior de Pastoral porque durante muchos años (durante la época de Tarancón) fui coordinador de Pastoral de Juventud de una de las vicarías de Madrid (la de la zona de Aluche, Carabanchel, Paseo de Extremadura...). Entonces, mi experiencia pastoral con los jóvenes hizo que en un determinado momento, cuando en el Instituto necesitaban alguien que pudiera impartir un seminario o una asignatura de estas características, me invitaron. Así que no sólo aproveché para dar ese seminario, sino que también me convertí en alumno y realicé los cursos de licenciatura en Teología Pastoral. Desde entonces, hace ya más de diez años, colaboro de manera intermitente en el Instituto de Pastoral, dando temas que tienen que ver o bien con juventud y comunidades cristianas, o bien con economía y teología.
Tuve la gran suerte, mientras fui alumno, de tener de profesor a Julio Lois, Jesús Burgaleta, a José Luis González Carvajal, a Juan Martín Velasco, etc. Profesores extraordinarios que han sido referentes en la teología española.
¿Crees que la semilla plantada por todo esa gente está volviendo a rebrotar en estos momentos en la Iglesia?
Creo que lo que ha hecho el Instituto Superior de Pastoral ha sido mantener una identidad, dialogar con la sociedad actual y su cultura, e intentar construir una Iglesia basada en los principios del Vaticano II. Durante cierto momento el Instituto estuvo en la cresta de la ola, abriendo camino y muy respaldado institucionalmente, prestando un servicio enorme a gente de pastoral, sacerdotes jóvenes, etc., tanto de España como de otras regiones del mundo (particularmente también, en América Latina).
¿Estamos hablando de la época de aplicación del Concilio?
Claro, la primera parte del post-concilio. Lo que pasa es que luego hubo una especie de situación de recelo hacia la institución, a pesar de que su espíritu crítico y su deseo de ser cristianos radicales y ayudar a que podamos serlo, ha ido siempre parejo de una actitud muy respetuosa hacia todo el mundo. Pero se percibía el planteamiento general del Instituto con cierto recelo. Entonces, el Instituto ha continuado fiel a su tradición, pero con mayores dificultades para conseguir personas que quieran estudiar, respaldo institucional y apoyo de algunas diócesis. Al mismo tiempo, ha sido considerado (creo que por muchos cristianos) como un oasis, donde se respiraba un clima cálido, alegre, libre, que ha sido valorado por muchas personas.
¿Crees que ese clima puede generalizarse ahora? ¿Crees que pueda venir una primavera, una revolución tranquila para la Iglesia, con el Papa Francisco?
Sinceramente no lo sé. Por una parte, Francisco ha demostrado (no con las palabras, sino con multitud de pequeños gestos), un talante y un estilo que es muy de agradecer, con el que al menos yo sintonizo mucho, y que tiene que ver con la normalidad, con la cercanía, con la fraternidad... Y sobre todo con intentar hacer una Iglesia sencilla, en la que los pobres no sólo sean objeto, sino también sujeto, en la que se puedan sentir a gusto. Una Iglesia cuyo centro de gravedad, cuya preocupación central esté en las preocupaciones de la gente, en ser amigo y aliado de los pobres. Todo esto que parece que Francisco intenta, es positivo para mí, y me permite estar en una situación de alegría y de esperanza. Y creo que mucha gente tiene esta sensación.
Otra cosa es la capacidad que pueda tener Francisco, y también la voluntad, de llevar a cabo reformas institucionales profundas. Lo primero es que no conocemos del todo cuál es su planteamiento en numerosos temas, y lo segundo es que una persona sola, por muy Papa que sea, no puede llevar a cabo esa transformación. Si él quisiera hacer transformaciones que no es que vayan en contra del espíritu evangélico, sino que van en la línea de superar anacronismos, entonces, a mi modo de ver, tendría que ser capaz no tanto de impulsar directamente el cambio, sino de crear las condiciones eclesiales de diálogo y encuentro (comisiones, Sínodos, consultas...), que hicieran de ese cambio un proceso compartido y sentido por la mayoría de los cristianos. Porque él solo no lo puede hacer.
¿O sea que el cambio tiene que venir de manera combinada, desde abajo y desde arriba? ¿Es tan necesario un Papa que propicie el cambio como la actitud de cambio ilusionante por parte de las bases?
Claro. Yo creo que hacen falta tres ingredientes: en primer lugar, que la mayor parte de los cristianos estén dispuestos a renovar su fe y a buscar caminos de actualización de la vivencia cristiana en los ámbitos en los que ellos están, viven y son protagonistas. Es decir, no hay que esperar a que venga desde arriba un aire de renovación. Tiene que estar gestándose y cultivándose desde todos los grupos eclesiales, en diálogo con los demás. En segundo lugar hace falta, naturalmente, que el Papa tenga voluntad de renovación institucional. Pero él sólo no podría hacer algo en contra de la mayoría de los obispos o de los responsables de congregaciones. Sería superior a sus fuerzas. Pero él puede crear condiciones intermedias institucionales (en las Conferencias Episcopales, en los posibles Sínodos, buscando asesores, creando espacios nuevos que aún no existen...) en las que se puede ir dando un debate sobre qué cosas vale la pena mantener y qué cosas merece la pena cambiar. Y si él, en vez de cambiar en persona, genera las condiciones del diálogo, habrá hecho una contribución extraordinaria a la Iglesia, y el cambio será compartido. Creo que eso es lo que es necesario.
De entrada, ¿cree que cuenta con una autoridad moral fuerte (tanto de cara al pueblo de Dios como de cara al colegio cardenalicio, del que al parecer obtuvo un 90% de votos en el cónclave), que podría ser un aval -prácticamente un plebiscito- para poder hacer cambios o reformas?
Claro, ese respaldo es muy llamativo. Es una novedad notable que hasta esas personas, que han sido nombradas por papas anteriores y que tienen una edad notable, vinculadas a un entorno en el que han podido compartir más o menos una formación teológica, y que forman parte de una misma generación; perciban una necesidad de cambio. Cuánto más lo percibirán, entonces, personas que están mucho más alejadas de ese entorno. A mi modo de ver ocurre que el paso del tiempo y de los años ha ido configurando una situación en la que no queda otra que renovarnos. Por una parte, por los escándalos que salen todos los días y que obligan a una limpieza profunda de la Iglesia. Y segundo, porque el desajuste cultural de la Iglesia en algunos terrenos se hace cada vez más perceptible. Y es que 50 años (que son los que han pasado desde el Concilio) son, en la historia actual, muchísimo más que varios siglos en épocas anteriores. Por lo tanto, de alguna manera el alcance de estas dos cosas se ha hecho tan evidente, que empieza a ser muy mayoritario el número de personas que perciben la necesidad de algún tipo de cambio. Ésta es la coyuntura favorable para dinamizarlo.
¿Cómo es posible que la Iglesia hace unos meses estuviera hundida, tocando fondo, sin esa conexión que tú dices con la cultura actual; y de pronto, en un cónclave, 115 hombres más o menos ancianos hayan provocado un cambio tan excepcional?
Es verdaderamente sorprendente, sobre todo el fenómeno mediático que se produjo, de entrada, con la dimisión de Benedicto XVI. Fue un comportamiento muy coherente con su manera de ver las cosas, en el sentido de que la fe no va en contra de la razón, y él llegó racionalmente a la conclusión de que no podía ejercer su ministerio con plenas facultades. Ha sido consecuente y ha llevado adelante el proceso de su renuncia. Por otra parte, más profundamente en el plano teológico, Benedicto nos ha hecho un gran regalo, y es que los ministerios y los servicios tienen que tener en cuenta mucho más las necesidades de los destinatarios que el valor del cargo personal. Eso es lo que expresa la renuncia: que Benedicto ha pensado más en la Iglesia y en sus necesidades que en su propia persona. Este sorprendente hecho ha tenido un efecto mediático importante, y todo lo que ha ocurrido después ha sido de ese mismo calibre, lo cual a mí me hace pensar que había muchísima gente dentro de la Iglesia que estaba agotada, triste, desencantada. Contenta con el Evangelio, pero no a gusto con la institución tal como estaba configurada. Esa gente es la que ha pensado que puede venir algo nuevo, y que por eso está ilusionada. Por otro lado, también me parece que en la sociedad en que vivimos, en la Europa quizás envejecida, en crisis, etc., sí que es verdad que se está esperando algo que alumbre un espíritu de utopía, de autenticidad, de moralidad. Es verdad que se puede vivir en el consumo, en la diversión y en el entretenimiento, pero la vida verdadera se construye sobre valores que merezcan la pena. Faltan referentes.
Hace pocos meses falleció el autor de "¡Indignaos!", ahora José Luis Sampedro... A mí me llama mucho la atención que los jóvenes hayan escuchado a personas tan mayores. Pero es que probablemente les escuchaban porque hablaban con autenticidad, después de haber pasado por una larga trayectoria de vida que les había purificado en la coherencia. Siendo distintos de talante y de orientación, eran personas con credibilidad. Entonces, a mí me parece que la sociedad del bienestar y del consumo desarrollada necesita también referentes de esta naturaleza. Por eso se mira a la Iglesia con esperanza.
Lo soñábamos, pero, ¿creíamos posible tan siquiera el cambio cosmético producido hasta el momento?
En la persona del Papa creo que sí se observan cambios que son más que cosméticos: de estilo, de talante, de prioridades, de valores... que van desde el nombre de Francisco hasta pedir la bendición o la oración de toda la plaza de San Pedro. Son gestos estremecedores. Y no son marketing, no son de cara a la galería, no son para atraer. Forman parte, por lo que vamos sabiendo, del talante de esta persona desde antes. Por lo tanto, él quiere un papado diferente, y ahí ya ha habido una transformación que no nos pueden arrebatar. Esto ya está felizmente conseguido. Es una nueva riqueza, que puede sumarse a las riquezas que ya tuvo Benedicto XVI o que tuvo Juan Pablo II. Ahora, la segunda cuestión es que, como gestor, líder y gobernante de la Iglesia, qué es lo que va a hacer. Su programa de gobierno no lo conocemos, sus líneas de actuación no las sabemos, y tampoco ha tomado todavía decisiones en el terreno de los nombramientos, de asesores, etc. A ver qué pasa. Lo que sí me imagino es que el Papa se estará dando cuenta de que hay unas altísimas expectativas respecto a lo que puede hacer. Y repito, que lo mejor sería que lo hiciera contando con todo el mundo. Sería estupendo que pudiera hacer que toda la Iglesia confluya en un proyecto compartido. Eso sería hermosísimo.
¿Crees que ya sólo con estos inicios está rompiendo la dinámica del miedo y del uniformismo? ¿Nos estamos acercando a otro modelo de Iglesia, más matizado, más plural y más abierto?
Creo que se está abriendo esa puerta, porque sí que es verdad que veníamos de una situación eclesial en la que parecía que determinadas teologías, espiritualidades o grupos encontraban un aval absoluto, un reconocimiento continuo, una presencia muy amplia y un apoyo incondicional; mientras otros grupos eran más o menos tolerados o marginados. En algunos casos, incluso sometidos a acoso. Lo que ocurría es que había como categorías distintas, y yo creo que tenemos que pasar a una situación en la Iglesia en la que todo el mundo sea reconocido, a priori, como persona de buena voluntad y de buena fe, que cree sin malicia y sin doblez. Una vez que creemos una situación en la que los distintos grupos cristianos podamos estar en pie de igualdad y de diálogo, será posible realizar muchos proyectos compartidos y no polarizar las posiciones. Porque, cuando no todo el mundo encuentra el mismo reconocimiento, es muy fácil que haya reacciones y contra reacciones, en vez de que cada cual aporte su riqueza reconociendo que no es absoluta ni completa. En una situación de igualdad podríamos enriquecernos, y también criticarnos y complementarnos. Yo creo que sí se están creando las condiciones objetivas para crear ese clima nuevo, que requiere espacios físicos, tiempos y lugares, en donde ese diálogo sea posible.
Una institución "intelectualmente habitable", como decía hace años Juan Martín Velasco.
Sí, es una expresión muy acertada. En la Iglesia tenemos que tener libertad de palabra y de dignidad. No tenemos que ser siervos, vasallos, sumisos. No podemos pensar que la gente tiene que entrar en la Iglesia metiéndose en la máquina del tiempo y dando dos o tres siglos para atrás. Uno tiene que estar en la Iglesia con toda la normalidad del mundo en el que vivimos.
Como economista, ¿crees que el Papa Francisco será capaz de limpiar financieramente el Vaticano? ¿Crees que la cuestión del IOR puede ser un posible problema para este papado?
El tema de la economía del Vaticano tiene dos dimensiones: la primera, que sería necesario conocer completamente cómo funcionan esas finanzas, cambiando lo que haya que cambiar. Tengo amigos que están pensando si el banco vaticano podría convertirse en una banca ética. Porque se les ha acusado de blanqueo de dinero, de inversiones en empresas que hacen mucho daño a la humanidad... Lo primero es poner claridad y transparencia en lo que hay. Eso ya sería un paso enorme.
La segunda dimensión, más allá de que pueda haber corrupción, fallos, pecado estructural en las finanzas, etc., el dinero de la Iglesia es uno de los principales temas de debate en la sociedad siempre. Y es una de las principales barreras para aproximarse al Evangelio. A mí me da mucha pena que la gente no descubra la salvación de Jesús precisamente por toparse con algunas cosas tópicas de la Iglesia y recurrentes, como el tema del dinero. Por lo tanto, la Iglesia tiene que ser transparente, señalar qué ingresos tiene y de dónde proceden, y que lo sepa todo el mundo. Para evitar que ocurran fenómenos que alimentan el tópico. Porque a veces el valor material de determinados edificios o monumentos de la Iglesia es inconmensurable; pero a la vez puede suceder que esa parroquia o ese monasterio no tenga dinero para cambiar las tejas. Conviene que se sepa de verdad lo que ocurre. Lo primero, resolver el tema financiero, bancario y ético, y dar cuentas al mundo. Y segundo, intentar que la lógica de toda la economía de la Iglesia sea una lógica que sintonice con el Evangelio de Jesús. Que lo que se tiene o lo que se deja de tener se pueda explicar, sin vergüenza ajena, a cualquier persona no creyente. El dinero en la Iglesia no debe ser jamás un obstáculo que se enfrente con la fe.
¿La cuestión, entonces, es cómo manejar el dinero y cómo transformar el banco vaticano?
Claro. La Iglesia necesita dinero, porque un colegio o un hospital necesitan dinero. La cuestión es cuánto se necesita, cuánto ganan sus miembros, etc. Nadie dice que en la Iglesia tenga que haber una economía miserable, pero sí una economía austera, sencilla y solidaria, donde las prioridades estén claras. Donde uno pueda contar con toda claridad el dinero que recibe, cómo lo usa y a quién llega. Y hoy por hoy estamos muy lejos de todo esto.
¿Hace falta tanta transparencia en ese campo como en todos los demás?
Sí, igual que se pide en otros ámbitos de la vida social. Si se pide que los políticos declaren sus bienes, sus patrimonios y sus ingresos, o se le pide a la Casa Real o a otras instituciones, con mayor motivo debe hacerlo la Iglesia. No porque nos lo reclamen otros, sino porque la capacidad de credibilidad y de evangelización pasa por poder explicar con sencillez y con naturalidad lo que hacemos. No nos cuesta. Por eso habría que hacerlo con todo, y justificarlo. Ahora tenemos una situación de oscurantismo muy negativa, que genera una leyenda para mucha gente (en particular, muchos jóvenes) que es un obstáculo total.
¿Te duele el silencio de la jerarquía eclesial española ante esta situación de crisis brutal que estamos padeciendo?
Me parece que la Conferencia Episcopal o nuestros responsables en general han dicho muy poco sobre esto, y con menos énfasis que sobre otros temas. Lo que yo le pediría a la CEE es que le dolieran todos los temas. Resulta que lo que se produce aquí es una suerte de paradoja, porque en el Evangelio aparecen repetidas veces comentarios por parte de Jesús, tomas de postura, etc., que tienen mucho que ver con la pobreza, con la injusticia, con la acogida y con la inclusión. Con acabar con una religión opresiva o subyugadora. Esos temas deberían tener en la Iglesia y en sus responsables el peso que tienen en el Evangelio. Pero la realidad es que aparecen muy amortiguados. No digo que no se hable de hipotecas, de endeudamiento o de crisis económica, porque hay algunos documentos valiosos al respecto. Pero cuando uno ve el alcance, el contenido y el énfasis en su difusión, ve que esos temas, que son los grandes temas para la sociedad española, la Iglesia no los ha planteado con la fuerza, el ímpetu y el profetismo que serían necesarios. Han pecado de minimalismo y de prudencia excesiva. Mientras que otros temas, que en el Evangelio no aparecen o aparecen de una forma muy marginal y secundaria, y que a veces son objeto de polémica y de controversia en cuanto a cómo hay que interpretar ese texto o el otro, se constituyen en una cuestión fundamental. Hay numerosos documentos, manifestaciones, etc. Un ejemplo es la batalla con la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que me parece desproporcionada respecto a las prioridades del Evangelio. Otra cosa es que yo creo que los medios de comunicación no dan un trato honesto y justo a la Iglesia, y van buscando la noticia, lo estrafalario, lo raro, lo morboso, lo negativo. Y sin embargo, la inmensa cantidad de realidades positivas de la Iglesia son ninguneadas, obviadas u olvidadas por los medios. Entonces, se juntan el hambre y las ganas de comer.
Pero ésa es la misma dinámica que los medios de comunicación mantienen con cualquier otra institución. ¿No crees que esa dinámica de sacar los trapos sucios y descubrir las sombras forma parte del papel de los medios de comunicación como controladores del poder?
Sí, tienes toda la razón en que el trato que se da a la Iglesia es muy parecido al que se da a otros, y yo no soy partidario de ese victimismo que denuncia que nos acosan y nos atacan. Porque lo mismo podría decir los partidos políticos, los sindicatos o la Casa Real. No creo que haya un control malévolo que nos haga ser objeto de una crítica mayor. De hecho, el trato que se ha dado a la renuncia de Benedicto XVI, por ejemplo, ha sido excesivamente positivo. Eso me sorprendió por el lado contrario. También es verdad que lo que se critica de la Iglesia suele tener algún fundamento, y por lo tanto podríamos entenderlo como una ocasión de autocrítica, en lugar de buscar una justificación. Pero también creo que cuando la Iglesia dice cosas sobre los inmigrantes, los desahucios, la crisis (que a veces son cosas acertadas), eso a penas tiene eco.
¿Y no tendría que aprender la Iglesia a comunicar lo positivo ella misma? ¿No crees que gestos como los de los foros de curas de Madrid y Vizcaya valen más que mil palabras?
Completamente. Creo que la Iglesia, en la sociedad en la que vivimos y con los recursos que tiene (humanos y materiales) no puede pretender resolver problemas tan grandes como la crisis, pero sí puede realizar gestos simbólicos del estilo de Jesús que apunten en la dirección correcta. Que alimenten la esperanza y que estimulen la justicia. Gestos como los de los foros que señalas, de aprovechamiento de inmuebles no utilizados, de generar alojos, de solidaridad con los que van a ser expulsados... Hace falta que haya valor, creatividad y fe, y tampoco mucho dinero. Esos serían los gestos capaces de recuperar la verdadera Iglesia y, por tanto, su credibilidad. Lo que ocurre es que la Iglesia en conjunto, y sobre todo los grandes responsables, son poco audaces y poco creativos, porque podrían hacer gestos que tendrían un impacto grande. No hay más que ver la repercusión que están teniendo los pequeños gestos de Francisco. La Iglesia española podría hacer mucho más, de mil maneras, además de lo que ya hace a nivel de voluntariado, de solidaridad y de grupos. Venta de bienes, acogida de personas, socialización de recursos... Yo hecho de menos esa creatividad en nuestra Iglesia.
¿Y por qué crees que faltan ese tipo de gestos que la opinión pública necesita?
Sí, claro. No tanto por dar bombo y platillo a lo que se hace bien, porque ahí está el principio evangélico de que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda, y la humildad y la discreción. El pudor y el respeto a las víctimas y a los pobres yo creo que aconsejan ser modestos. Pero eso no quita que la Iglesia sea capaz de realizar gestos con capacidad de movilización social. Ahí hemos tenido la creatividad enorme del 15-M, donde los jóvenes han hecho infinidad de gestos directos a la conciencia de la gente, que han sido mecanismos de movilización. La Iglesia hace algunos, pero todavía muy pocos.
Frente al 15-M, por ejemplo, la Iglesia jerárquica se ha posicionado más en contra que a favor, contraponiéndolo incluso a la JMJ.
Claro. Eso es justo lo que creo que no deberíamos hacer. Lo primero es que la JMJ no es la juventud, sino una pequeñita parte de la juventud, que es sensible a los valores de la fe evangélica, etc., al igual que el 15-M tampoco es el conjunto de los jóvenes, sino una pequeña parte de ellos que se ha hecho sensible a la tragedia de la crisis y sus problemas. ¿Por qué no han pensado, en lugar de contraponer "los buenos" a "los malos", que necesitamos una juventud sensible, movilizada, comprometida socialmente, y que al mismo tiempo pueda descubrir que la fe en Jesús puede constituir una motivación extraordinaria, una alegría para la vida y un cambio de perspectivas? Puede ser convergente. Por eso estoy completamente en contra de quienes, en ambos lados, han contrapuesto esos dos movimientos. Yo conozco a muchas personas jóvenes que han participado en ambos, y que se sentían muy tristemente escindidos. Creo que es el momento de sumar todo lo que haya bueno dentro de la Iglesia, con lo que haya fuera, y no tanto de delimitar quiénes son los mejores y los peores.
¿Significa eso que la Iglesia debería dejar esa mentalidad de perseguida, a la vez que la dinámica de la imposición moral?
Claro. Yo pienso que no hemos sido capaces de encontrar un modo natural de ser cristianos en la sociedad española. En eso España es distinta a otras zonas, porque aquí hay dos realidades extremas: por un lado, infinidad de personas creyentes que nunca lo manifiesta públicamente -si tuviéramos catacumbas, las tendríamos llenas de esta gente-, que sólo expresan su fe en el ámbito protegido del grupo, de la parroquia o de la comunidad, casi clandestinamente; y por otro, los que hacen una presencia de lo cristiano en clave combativa, crítica, descalificadora y a veces condenatoria. De reconquista de situaciones anteriores. Por tanto, lo que necesitamos como agua de mayo, a mi modo de ver, es la presencia numerosa, natural y sencilla de creyentes que no camuflen su fe y no nieguen sus convicciones, y que al mismo tiempo dialoguen con todos aportando lo que la fe nos enriquece y acogiendo lo que viene de otras tradiciones. Esto es muy insuficiente en España, y eso hace muy difícil una evangelización normal.
¿Volver un poco a la dinámica de Tarancón, de Julio Lois, etc., cuando la Iglesia estaba considerada como la primera institución en cuantro a credibilidad social?
Yo soy amigo y admirador de todos ellos, pero, más allá de las personas, el estilo y el espíritu tiene que ser ése. Pasar del anatema al diálogo. Aquello que decía Juan XXIII de que la Iglesia es conversación. O la concepción de la Iglesia de Pablo VI, como una presencia con un estilo de vida sugerente y distinta. Ese estilo hay que recuperarlo. Si se hiciera, los acosos y las críticas perderían seguramente virulencia, porque no tendrían objeto. Sin embargo, con una presencia cristiana ultraconfesional, es lógico que haya reacciones en sentido contrario, considerando a la Iglesia una institución nefasta y a la fe una realidad anacrónica. Hace falta recuperar la confianza en el mundo, el respeto al otro el deseo de aprender sin vergüenza y sin complejos. Porque una cosa es que no seamos ultraconfesionales, y otra que no confesemos aquello en lo que creemos.
En definitiva, ¿el espíritu del Vaticano II?
Desde luego. El talante de diálogo del Vaticano II. Si no recuperamos eso, quedaremos en el gueto, atacados o sin ser atacados. Porque el problema mayor no es que nos ataquen explícitamente, sino que haya otros muchos que nos abandonan silenciosamente. La cuestión es si la Iglesia es capaz de suscitar hambre y sed, y de ser alimento y bebida adecuada para ello. No vaya a ser que los que tengas inquietud de búsqueda vayan a otro lado, porque piensen que esta institución es un venerable museo del pasado.
¿Se ha despejado el horizonte con lo últimos acontecimientos? ¿Se ve en estos momentos u futuro abierto?
Exactamente. Yo creo que ahora estamos en una situación en la que todos los miembros del pueblo de Dios tenemos expectativas de poder cambiar el clima en el que nos encontrábamos (un clima un poco de arterioesclerosis, de standby, de rigidez). Una especie de tiempo de espera al que le ha sucedido una agilidad renovada, una juventud recuperada, que nos hace estar dispuestos a encontrar cosas nuevas. Esto ocurre con muchos distintos. Creo que eso lo está favoreciendo el Papa: que nadie puede decir "éste es el Papa de los míos y ahora va a venir la revancha". No. Este Papa no ha ido rechazando a nadie, sino acogiendo e incorporando. Creo que intentará sacar al mayor partido de todos los grupos cristianos, como tiene que hacer un entrenador con su plantilla. No todos los jugadores valen para todo, pero ahora estamos todos expectantes por incorporarnos a un juego de suma positiva (y no un juego de suma cero, donde lo que tú ganas lo pierdo yo, o al contrario).
Si fuéramos capaces de mantener este clima de esperanza, me parece que mucha gente que se encuentra fuera de la Iglesia (en los márgenes o en la cercanía) podría interesarse por el tesoro que llevamos dentro. Porque lo importante no es el Papa ni la Iglesia, sino la gente, el reinado de Dios y la persona de Jesucristo. Lo malo es que estos asuntos (que son los importantes) no constituyan el centro de nuestro esfuerzo y de nuestra atención, gastando energías e ilusiones en cosas marginales a las que nos dedicamos. A ver si cambia la tónica.
Aunque parezca una tontería, a mí me encantó que el Papa empezara con un padrenuestro y un avemaría, porque, efectivamente, no hay que hacer elucubraciones teóricas de lo creyente. Él se manifiesta como cristiano rezando, y creo que así muchos creyentes normales se podrían identificar con él. Al mismo tiempo, es más que evidente que las cosas que va diciendo tienden puentes más que abrir fronteras, en la línea del diálogo, de tratarnos como hermanos y ayudarnos... Esto puede crear una situación estupenda para la Iglesia.
ALGUNOS TITULARES:
-El Instituto Superior de Pastoral ha sido considerado por muchos cristianos como un oasis
-Francisco transmite con sus gestos la voluntad de hacer una Iglesia sencilla, en la que los pobres no sólo sean objeto, sino también sujeto
-El desajuste cultural de la Iglesia en algunos terrenos se hace cada vez más perceptible
-Benedicto ha demostrado con su renuncia que los ministerios y los servicios tienen que tener en cuenta mucho más las necesidades de los destinatarios que el valor del cargo personal.
-Los gestos del Papa Francisco no son marketing
-La Iglesia tiene que ser transparente, señalar qué ingresos tiene y de dónde proceden, y que lo sepa todo el mundo
-Lo que tiene o lo que deja de tener la Iglesia se debería poder explicar, sin vergüenza ajena, a cualquier persona no creyente
-Nadie dice que en la Iglesia tenga que haber una economía miserable, pero sí una economía austera, sencilla y solidaria, donde las prioridades estén claras
-Si la presencia cristiana es ultraconfesional, habrá reacciones en sentido contrario, considerando a la Iglesia una institución nefasta y a la fe una realidad anacrónica
-Si no recuperamos el talante de diálogo del Vaticano II, quedaremos en el gueto