Antonio López Baeza A favor de Francisco, reformador de una Iglesia en crisis

(Antonio López Baeza, cura y escritor*).- ¿Se puede ser papa de la Iglesia Católica, y desear vivir en el seguimiento de Jesús de Nazaret, y pretender que el Evangelio del Reino sea el gobierno de la Iglesia, sin perecer en el empeño? No es una burla, aunque esta pregunta suene chirriante en muchos oídos. No es una burla.

Es el dolor que un cristiano de base siente ante los insidiosos ataques de que es blanco el actual papa, Jorge Bergoglio, por motivos no siempre declarados, por pretendidas actuaciones del papa juzgadas desde un ángulo subjetivo y/o de intereses ideológicos. Hace sufrir mucho ver cómo todavía hay tantos que se niegan a ver la luz que resplandece en el testimonio de vida y en la actuación de Francisco como obispo de Roma, principio de unidad en la fe y en la misión de la Iglesia.

Si consideramos las intenciones, más que determinadas concretas actuaciones, separadas del conjunto, siempre hijas de las humanas limitaciones y de la complejidad de un cargo público como el del papa, tendremos que reconocer que el conjunto emanado del testimonio personal y de la actuación papal, en el caso Bergoglio, es de una acusada sensibilidad evangélica, desprovista como tal de todo protagonismo personal, marcada por ese gran valor de la gratuidad, que consiste en no buscar a través de todos sus hechos y palabras otra cosa que el venga a nosotros tu Reino.

No ver esto en el conjunto del ministerio papal de Francisco, no es otra cosa que ceguera farisáica, dureza de corazón ante las llamadas que el Dios de Jesús nos está haciendo en el trabajo de este papa, para que colaboremos con una Iglesia más fiel al Espíritu del Señor Jesús.

Ante la nunca semejante crisis como la que actualmente atraviesa la Iglesia Católica y el cristianismo en general, no caben paños calientes ni remedios paliativos, como si tuviéramos que aceptar la inevitable muerte de los valores cristianos en el mundo actual. ¿No es más bien todo lo contrario?

¿No es el descrédito que hoy sufre la fe cristiana (al menos, el catolicismo), tal como la vienen encarnando las instituciones oficiales un signo de los tiempos, a través del cual Dios nos llama a una purificación y una reforma que afecte a lo esencial de la Iglesia en el Mundo? ¿No puso ya el Vaticano II los cimientos para tal reforma? ¿Y no es, precisamente, el no haber dado al Vaticano II el protagonismo reformador que llevaba en sus entrañas, lo que ahora nos ha conducido a este callejón (¿sin salida?)?.

Francisco no es un soñador desencarnado que pretenda dar a la Iglesia Católica un rumbo inesperado y alejado de sus verdaderos objetivos del Reino. La Iglesia del papa Francisco, no es exclusiva ni principalmente del papa Francisco. Es la Iglesia servidora del mundo. Es la Iglesia donde la experiencia del amor, la misericordia y la ternura de Dios, forman el marco y trasfondo de todas sus actuaciones. Es la iglesia de la fraternidad universal, donde todos cavemos y somos necesarios. Es la Iglesia de los Pobres, de los últimos, los marginados, los excluidos.

Y esta Iglesia sabe muy bien -Francisco nos lo recuerda de continuo- que es mucho lo que hay cambiar, tanto en el interior como en la imagen de la Iglesia actual, para que realmente sean muchos lo que puedan tener dentro de ella la experiencia de Dios, viviendo una fe no hipotecada por dogmas y moralismos, sino abierta al aire fuerte de la vida. La Vida concreta y real del día a día, donde Dios desafía a todo hombre y mujer que viene a este mundo, a ser fiel a sí mismo, a no conformarse con una religión de salvación para el más allá de la existencia temporal; pues la religión pura y sin mancha es trabajar por un mundo justo y fraterno, donde cada uno pueda vivirse a sí mismo como un amado de Dios.

La reforma que hoy necesita la Iglesia, encabezada por el papa Francisco, está en marcha. Pero es de sentido común que, la cabeza, necesita de todo el cuerpo para llevar a cabo sus proyectos y propósitos. Visible es el empeño sinodal con que Francisco intenta mover los hilos de una auténtica nueva evangelización. Aquel nihil sine episcopo de antes, es ahora un nada sin el pueblo de Dios peregrino en la tierra. Promocionar un laicado adulto y responsable, al tiempo que se desmonta el ya demasiado corroído aparato clerical, será condición indispensable para que los contenidos testimoniales de la Evangelii Gaudium, lleguen a expandirse en nuestra sociedad secular y laicista, como levadura de un mundo más humano, justo y fraterno.

En esta dimensión, somos muchos los bautizados en Cristo de la Iglesia Católica en el Estado Español, que esperamos de nuestros obispos den un paso decidido a la reforma institucional y pastoral que propone el papa en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. El momento apremia. La gracia de tener un papa de talante tan evangélico como el actual, desafía al conjunto de cuantos nos sentimos miembros vivos del Cuerpo de Cristo, a poner cada uno de su parte sus dones y carismas en la consecución de una Iglesia servidora del Mundo.


*cura y escritor
www.feypoesia.org

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