(José María Castillo).- El nuevo estilo de presentarse en público, que el papa Francisco está poniendo de manifiesto y que tanto llama la atención de la gente, entraña más hondura de lo que seguramente imaginamos. Si, hace unos días, yo decía que no basta con cambiar de zapatos (y vestimenta) para renovar la Iglesia, hoy debo insistir en otro aspecto del problema que me parece enteramente necesario. Más aún, fundamental.
Me refiero a algo que es mucho más importante que la ropa que uno se pone. Hablo del estilo y de la forma de relacionarse con los demás, con la gente en general. No cabe duda que este papa es distinto. En muchas cosas, es como un hombre de tantos, como uno más. Al menos, ésa es la impresión que produce en quienes le ven, le oyen o se dirigen a él. Se ha despojado de todos los oropeles que ha podido. Y se esfuerza por comportarse como un hombre normal. Ni más ni menos que eso.
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