(Ángel Manuel Sánchez)- El consumismo posee una doctrina perversa. Ha logrado que concibamos al niño como un adulto, al adulto como a un niño, al anciano como un trasto, y al bebé como un aguafiestas, en suma, ha adoctrinado en el sentido de tratar al sujeto como un objeto. Estima al ser humano en proporción a su capacidad potencial o esencial de consumir, por eso bebés y ancianos, unos, limitadores del gasto y el ocio de los demás y otros, con cultura del ahorro y con presupuesto limitado, son sutilmente despreciados en la sociedad de consumo.
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