EEUU y España: algunas diferencias

WENCESLAO CALVO

Si hay un sentimiento que he tenido en estos últimos meses al contemplar la campaña electoral en los Estados Unidos y después en el periodo que media entre la victoria de Obama y su juramento como presidente ante los ojos de todo el mundo, es el de envidia. Ya sé que es un pecado, pero no he podido evitarlo. Aunque en mi descargo he de decir que no se trata de la concupiscencia pasional que tiene como último objetivo la posesión a cualquier precio de lo envidiado. Más bien se trata de la envidia sana, aquella que surge como efecto de comparar un sistema, un método de hacer las cosas y un espíritu que las anima, con el sistema, método y espíritu en el que uno se encuentra inmerso y darse cuenta de que estamos a millones de años luz de distancia.


Ya sé que esa nación tiene muchos defectos, algunos de ellos reprobables y hasta intolerables. Pero a pesar de ellos hay una grandeza, la cual no es fruto del azar ni de la casualidad, que ha quedado demostrada de forma patente.

Hay varias instantáneas que para mí tienen un profundo significado, pero me quedaría con tres. La primera sería la noche en la que el perdedor, John McCain, se dirige a sus simpatizantes para reconocer la victoria de su adversario. Cuando McCain pronuncia el nombre de Obama, los abucheos de los congregados son acallados por el propio McCain que corrige a sus incondicionales pidiéndoles respeto para quien ha ganado las elecciones. Es toda una lección de caballerosidad, de saber perder y especialmente de no dudar en desaprobar una conducta censurable, aunque venga de quienes están de su parte. En otras palabras, lo que está mal está siempre mal, dando igual de qué lado venga, sin estar lo malo o lo bueno condicionado por el interés personal o por motivaciones partidistas.


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