Los enemigos de la creación

La lectura del Apocalipsis del día de hoy nos da el punto de partida para nuestra reflexión de hoy. El vidente tiene una percepción extraordinaria de esa dimensión de la realidad que está más allá de lo evidente. Es la dimensión de la realidad que producida por la resurrección de Jesús y su victoria sobre la muerte y el mal. Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. Pareciera que se trata de otro mundo, distinto de este, porque incluso afirma que este cielo y esta tierra de ahora ya no existían. Pero no es así.

Dios no destruye su creación, sino que la purifica, la limpia, la restaura, la traspasa de luz. Ocurre con el mundo lo que puede ocurrir con un edificio arruinado, sucio y maloliente. Si se fortalecen sus estructuras, se reparan sus paredes y su techo, se limpia de la inmundicia acumulada, se pinta y se ilumina, parece que el antiguo edificio desapareció y surgió uno nuevo. Pero es el mismo edificio restaurado en su esplendor por la eliminación de la corrupción y la suciedad. Así pasa con el mundo gracias a la obra redentora de Cristo.

La creación de Dios está manchada por el pecado, la violencia, la corrupción, la mentira humana. Incluso físicamente la creación está afectada en algunos lugares por la sobreexplotación de sus recursos, por las diversas formas de contaminación, consecuencia de la desmesura humana. El vidente ve la creación de Dios restaurada, no sólo en su esplendor original, sino que ve la creación en el esplendor de la plenitud de Dios. La resurrección de Jesús afecta no sólo a la humanidad, sino que junto con la humanidad renovada, también la creación, creada por Dios para la humanidad, queda renovada en el reino de Dios. Si la creación era bonita y bella al salir de las manos de Dios, la creación es esplendorosa y radiante al quedar asumida en la plenitud de Cristo resucitado. Todavía no se ve, pero las dinámicas espirituales están actuando. Todavía no se realiza, pero los creyentes sabemos que la restauración de la creación está unida a nuestra propia salvación.

Por eso, el creyente tiene preocupaciones de responsabilidad hacia la creación. Dios nos dio el mundo como morada y como fuente de recursos para nuestra vida. Para vivir en este mundo debemos servirnos de la creación. Debemos utilizar sus recursos renovables con la responsabilidad de mantenerlos al servicio de las generaciones futuras. Podemos y en algunos casos debemos servirnos de los recursos no renovables, con responsabilidad histórica, para que su utilización irreversible traiga beneficios lo más duraderos posibles. Nos servimos de los recursos de la creación con la mesura de quien conoce las leyes de la creación y se atiene a ellas. Nos servimos de los recursos de la creación como quien sabe que la creación es también para las generaciones futuras. La desmesura y la avidez humana son los enemigos primeros de la creación. La moderación y la sobriedad son las actitudes que nos conducen a un mejor cuidado de la creación.

El vidente ve algo más. Desde el cielo ve que desciende la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido. “Esta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo”. En el mundo nuevo hay una ciudad nueva para la convivencia de Dios y los hombres. Esa morada ya se va realizando en este mundo. La Iglesia es el ámbito de gracia y de vida que Dios ha puesto en el mundo para que comencemos a vivir con él, para que aprendamos a vivir con él, para que crezcamos viviendo con él.

La Iglesia a veces no nos parece ni tan luminosa ni tan acogedora, cuando nos fijamos en los pecados, las maldades y las prevaricaciones de algunos de sus moradores. Pero la Iglesia es recinto de gracia y de vida cuando nos fijamos que es Templo del Espíritu, el Cuerpo de Cristo, el Pueblo de Dios. La nueva Jerusalén que baja del cielo es ya la Iglesia del tiempo presente que vive en tensión hacia el futuro, cuando ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque todo lo antiguo terminó. La Iglesia ahora es anticipo de la vida futura.

La Iglesia tiene una forma visible: son sus instituciones, sus sacramentos, su enseñanza, su predicación y los hombres y mujeres que la formamos, con diversos grados de santidad y de pecado. Pero la Iglesia tiene una dimensión invisible, pero igualmente real, que es la comunicación del Espíritu, que es la comunión con Cristo en su Cuerpo, para vivir en unión con Dios Padre. El vidente del Apocalipsis nos ayuda hoy a poner ante nuestros ojos esta dimensión de la Iglesia. Es esa dimensión profunda la que sostiene la dimensión visible de la Iglesia. Es la dimensión profunda de santidad la que tiene la fuerza para convocar-nos a la conversión y a una vida santa.

Junto con la creación nueva y la nueva Jerusalén, Jesús nos anuncia en el evangelio un mandamiento nuevo. Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos. El mandamiento de amar al hermano ya existía en el Antiguo Testamento. En ese sentido el mandamiento es antiguo. Pero el mandamiento de Jesús es nuevo, porque es el que gobierna las relaciones humanas en la creación nueva, en la ciudad nueva, en la morada de Dios con los hombres. Los que hemos sido renovados y seguimos en constante proceso de renovación por la fe, el bautismo, la penitencia y la eucaristía, mostramos esa renovación en la medida en que prevalece cada vez más en nuestras decisiones y obras el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos.

El mandamiento del amor hace que prevalezca en nosotros la búsqueda del bien que incluye también a nuestro prójimo, y no sólo nuestro interés egoísta y solitario. El mandamiento del amor hace que orientemos nuestra vida al servicio de nuestro prójimo y de nuestra comunidad. El mandamiento del amor nos conduce a perdonar en vez de buscar la venganza; a buscar la verdad y la transparencia en vez de la mentira y la corrupción. El mandamiento del amor nos lleva a ser agentes de vida, en vez de ser operadores de muerte y destrucción. El mandamiento del amor tiene la fuerza suficiente para renovar nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra sociedad. Amemos como Dios nos amó.

 Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
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