Una fiesta del siglo XXI

El 30 de abril del año 2000 se celebró en el Vaticano la primera canonización del siglo XXI, la de la monja polaca sor Faustina Kowalska (1905-1938), quien en su breve vida - murió a los 33 años-, había tenido revelaciones divinas en las que Jesucristo le pedía que difundiera la devoción a su Corazón Misericordioso. Juan Pablo II, que ya la había beatificado en 1993, aprovechó la ceremonia de canonización para improvisar unas palabras que no tenía escritas y que no figuraban en el documento repartido a los periodistas: "En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia". Es por tanto una fiesta instituida en el siglo en el que estamos y que el Papa quiso poner bajo la protección de la misericordia de Dios.

Quienes conocían bien al papa Wojtyla y habían leído su encíclica "Dives in misericordia (Rico en misericordia) escrita en 1980, al comienzo de su pontificado, no se sorprendieron. Sabían cuán fiel era a esa devoción difundida por una monja de su país, la cual murió con fama de santidad. Pero el hecho de que fuera impulsada por una religiosa del siglo XX, y por un Papa que cruzó los umbrales del XXI, no quiere decir que la Iglesia no celebrara siempre el don divino de la misericordia, manifestado cada vez que el Señor nos perdona actualizando los frutos de su sacrificio redentor.

Al tiempo que la Iglesia nos invita a confiar en la misericordia divina, nos llama a practicar nosotros la misericordia con el prójimo, especialmente con las personas más necesitadas, haciéndonos eco de la bienaventuranza del Señor: "Felices los misericordiosos, porque hallarán misericordia" (Mt, 5,7). La crisis que padecemos desde hace ya un lustro nos ofrece más ocasiones que nunca para practicar la caridad con los demás. La pobreza, la soledad, la enfermedad, son circunstancias que no pueden pasar desapercibidas a un corazón que ama.

La misericordia ha definido la vida de muchos santos. Por citar uno solo, el de san Martín de Tours. Es harto conocida la narración del episodio de san Martín que, cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, encontró a un pobre que tiritaba de frío. Con gesto generoso cortó su manto y le dio la mitad al pobre. Por la noche, en sueños, vio a Jesús envuelto en la mitad de su manto, sonriéndole agradecido.

¿Estamos dispuestos a ofrecer al otro una parte del manto que nos abriga? Esto hacemos cuando rechazamos el pensamiento egoísta que se expresa con las palabras "Este es su problema", cuando vemos alguien que padece necesidad.

Es cierto que, a veces, no podemos ayudar tanto como nos gustaría, pero no pensemos que la única ayuda posible es material. Es más valiosa aún la ayuda de la compañía, del que comparte con otro sus penas y alegrías. En el hermano encontramos a Cristo, quien dijo que ningún servicio que prestemos a los demás quedará sin recompensa.
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