El milagro de Lourdes

Estos días la archidiócesis de Tarragona está de peregrinación al Santuario de Lourdes. Estamos allí adonde tantas veces me llevan el corazón y los pasos, para honrar a la Madre de Dios que se apareció allí a la joven Bernadette Soubirous dieciocho veces, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858.

A los seis años fui por primera vez, con cuatro hermanos míos, en el marco de una peregrinación de pueblos del Urgell organizada en Tàrrega. Después creo que he ido cerca de un centenar de veces, la mayoría desde Pamplona o, ya como Arzobispo, desde Tarragona, acompañando a fieles de nuestra archidiócesis.

Como millones de peregrinos que acuden cada año, me emocionan la procesión eucarística, las antorchas nocturnas, el vía crucis, las abundantes confesiones… y, por supuesto, la gruta, aquellos pocos metros con la imagen de la Virgen tal como la describió la vidente, y con una explanada ganada con el desvío del rio Gave, siempre llena de peregrinos de todo el mundo que van y vienen.

Sin duda se han acreditado en Lourdes muchos milagros, como el que conmovió a Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina de 1912, pero me pregunto si no es ya un milagro contemplar en nuestro tiempo la magnitud de la fe que se observa en tantos rostros de enfermos y el gozo con que les ayudan los voluntarios.

Lourdes es un milagro en sí mismo. Hay lugares más divertidos que explicarían la afluencia de millones de personas. Quienes van a Lourdes en su mayoría van a rezar, o acaban rezando, aunque a veces sea al Dios desconocido que anunció san Pablo en Atenas. Son innumerables los testimonios de peregrinos que buscando la curación del cuerpo han encontrado la paz del alma, quienes salen fortalecidos en su fe y esperanza y quienes hallan sentido a su vida en el servicio a los demás.

Esto explica que muchos voluntarios repitan su gesto solidario cada año, y que a la peregrinación que organizamos se sumen personas jóvenes. El amor a la Madre de Dios en su advocación de Lourdes se renueva así año tras año dando cumplimiento a aquellas palabras de la Virgen María en el Magnificat: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones».

Personalmente, a los pies de la Virgen en su gruta de Massabielle, pido por los enfermos y sus familiares y por todas las persona de la archidiócesis. También por las intenciones del Papa que abarcan al mundo entero.
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