Las vacaciones y los que no pueden disfrutarlas

La palabra vacaciones va unida, en el recuerdo más o menos lejano de todos nosotros, a los tiempos escolares. ¡Cómo esperábamos los meses de verano! A muchos nos tocaba ayudar en las tareas agrícolas, pero había tiempo también para el esparcimiento.

Recuerdo cómo nos gustaban las historietas de la Familia Ulises que aparecían en la contraportada del popular TBO, que tanto impregnó nuestra infancia. La familia se montaba en un cochecito en el que apenas cabían todos, incluido el perro, y se lanzaban a la conquista de la carretera en busca de algún lugar donde pudieran estar en contacto con la naturaleza.

¡La naturaleza! Juan Pablo II, que fue un enamorado de la montaña, disfrutaba de sus paseos por el Valle de Aosta y de la contemplación de los paisajes en los que veía la mano de Dios, que pasó, como dice el poeta, sembrando los valles de hermosura. También Benedicto XVI procura encontrar un lugar tranquilo donde pasar sus vacaciones, aunque, menos deportista, sus actividades preferidas son los libros y el piano.

Como ellos millones de personas en todo el mundo, se desplazan desde su lugar habitual hasta otro destino donde pasar los días vacacionales. Algunos, paradójicamente, en estos meses de descanso se cansan más que durante el resto del año, pero son muchos los que buscan la tranquilidad que les aleje del ajetreo diario habitual. Personalmente suelo preferir, cuando me es posible, algún rincón del Pirineo, pero en cuestión de gustos no hay nada escrito. Importa tanto conocer nuevos paisajes y personas como gozar de un modo nuevo de los lugares que tenemos a mano.

Las vacaciones son un tiempo en el que no debemos alejarnos de nuestra práctica cristiana y, en definitiva, de la amistad con Dios. ¡Por el contrario! Hemos de aprovecharlas para contemplar las bellezas del mundo que El creó, para agradecerle estos días de asueto, a menudo en compañía de la familia; en una palabra para celebrar estos días de paz y serenidad.

Pero en este tiempo el mundo continúa girando, con sus problemas que afectan a personas tanto próximas como lejanas. Tengamos muy presentes a quienes no tienen vacaciones porque no tienen trabajo, a quienes no las tienen porque no pueden permitirse ni un mínimo dispendio, a quienes no les será posible disfrutarlas por una enfermedad o alguna otra contrariedad.

En la medida de lo posible sintámonos solidarios con ellas, ayudémosles si está en nuestra mano, no las olvidemos. Nada descansa tanto como las buenas obras y una conciencia moral recta, es decir el ejercicio de la caridad, que no es incompatible con satisfacer gustos personales. En cualquier caso, pongamos siempre la solidaridad por encima del egoísmo; haremos felices a los otros y lo seremos más nosotros mismos.

+Jaume Pujol
Arzobispo de Tarragona
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