Bertone no viene a “leerle la cartilla” a Rouco

¿A qué viene a Madrid el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone? Según algunos, en una lectura simplista y desconocedora de la realidad eclesial, el número dos del Vaticano vendría a España a “leerle la cartilla a Rouco”, a hacerse una foto con Zapatero para “puentearlo”, y a visibilizar un nuevo clima, más dialogante y menos tenso, en las relaciones de la Iglesia con el Gobierno socialista.

Lo primero no sólo es falso, sino también imposible. Del Papa para abajo, a Rouco Varela no le lee la cartilla nadie. Por muy Secretario de Estado que sea. Porque el purpurado madrileño es más antiguo en el escalafón cardenalicio, porque es amigo del Papa y, además, porque esas cosas no se hacen en la Iglesia, que, por mucho que nos empeñemos los periodistas en dualizar y espectacularizar la información, no se rige por los parámetros habituales de la política. Al menos, no siempre.

Rouco es mucho Rouco. Y si bien es cierto que no hay demasiado feeling entre él y el Secretario de Estado, a Bertone ni se le pasa por la cabeza reconvenir al arzobispo de Madrid. Y mucho menos, públicamente. Sólo el Papa puede decirle algo. Y no suele hacerlo. Es, más bien, Rouco, el que susurra al oído de Su Santidad las líneas maestras a seguir en las relaciones de la Iglesia con el Gobierno español.

De Roma viene lo que a Roma va. Y en el caso de Rouco, este aforismo es apodíctico. Nunca un cardenal español había concentrado tanto poder. Y no sólo en la Iglesia española, que dirige cual si de un vice-Papa se tratara, sino también en Roma. Rouco conoce al dedillo la maquinaria curial. Y la forma de engrasarla. Lleva muchos años y se las sabe todas. Y manda en la Curia más que los curiales. Manda tanto que fue capaz de enviar a todo un Primado de España a hibernar en un dicasterio romano. Lo controla todo. Lo puede todo. Y no se le escapa nada o casi nada.

Es impensable, pues, que el cardenal Bertone venga a España sin el placet de Rouco. ¡No se atrevería! Y, además, no se hacen así las cosas en la Iglesia, repito. La visita no es una especie de contubernio entre Cañizares, el embajador de Zapatero ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, y Bertone. Ni muchísimo menos. Al contrario, Bertone viene a Madrid a cumplir órdenes de Rouco y hará, en Madrid, lo que Rouco quiera y lo que Rouco le diga que haga.

Al cardenal de Madrid nunca se le puede leer en la clave simplista de la lógica aparente. En su caso, nada es lo que parece. Y cuando muchos van, él ya viene. Es un maestro de la estrategia. Un Maquiavelo consumado, en el mejor sentido del término.

Me atrevo, pues, a asegurar que Bertone viene a España a decirle a Zapatero, en nombre del Vaticano y del Papa, lo que Rouco quiera que le diga. ¿Y qué le va a decir? Eso es mucho saber. Pero, en esencia, Bertone podría decirle fundamentalmente dos cosas a Zapatero. Una, que está cruzando ciertas líneas rojas (aborto, eutanasia, bioética), a las que la Iglesia se opondrá siempre y frontalmente. Por deber y porque España provoca, en Latinoamérica especialmente, un efecto dominó. Un malísimo ejemplo.

Y dos, que no hay hilo directo con Roma, saltándose a Rouco. Ni a través de Cañizares. Y mucho menos, de Vázquez. Que Zapatero tiene que entenderse con Rouco, mal que le pese. Eso sí, que el cardenal de Madrid está dispuesto a enterrar el hacha de guerra. O al menos, a no exhibirla tanto.

Entre otras cosas, porque Rouco ha cambiado de estrategia. Obligado por la realidad. El cardenal de Madrid apostó a fondo por el PP y por Rajoy (utilizando sobre todo a su ariete en la COPE, Jiménez Losantos, entonces amigo y, hoy, enemigo irreconciliable del líder popular). En privado y en público. Léase la primera gran concentración de la plaza de Colón días antes de las elecciones generales. Una estrategia compartida por la inmensa mayoría del episcopado. Y, por supuesto, por el Comité Ejecutivo, con contadas excepciones. Pero Rajoy perdió las elecciones y la Iglesia, su apuesta.

Tras la victoria de ZP en las elecciones, Rouco (y con él todo el episcopado) se vio obligado a cambiar de estrategia. El “enemigo” sigue siendo el mismo, pero hasta con el “diablo” hay que convivir y contemporizar. Por eco, Rouco acompasa su diapasón al de Roma y baja el pistón de la crítica e, incluso, se distancia del PP. Es la vuelta a la clásica tesis del cardenal Tarancón: Entre la Iglesia y el Estado tiene que haber mutua independencia y sana colaboración.

Rouco sigue pensando lo mismo. No ha cambiado su diagnóstico sobre el laicismo radical de Zapatero convertido en la punta de lanza de la lucha contra la Iglesia. Pero ha optado por nuevas formas de combatirlo: suaviter in modo, fortiter in re. Y Bertone está en la misma línea. Comparte el objetivo al cien por cien. Y viene a España a ratificar precisamente eso de una forma pública y notoria. La foto que se haga con Zapatero no es una foto contra Rouco. Su visita no es un tirón de orejas a Rouco, sino un “detalle” de Roma y del Papa hacia el cardenal madrileño.

En definitiva, Rouco sigue teniendo el pleno control de la Iglesia española. Y en España se seguirá haciendo lo que él diga. El cardenal de Madrid continúa en plena forma física y mentalmente. Y no hay quien le meta un gol. Y así será hasta que se jubile. Allá por el año 2013 o 2014. Hay Rouco para rato. En Roma lo saben y en Moncloa, también.

José Manuel Vidal
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