Carlos Osoro, un arzobispo hecho a medida de los valencianos

Era ya un “peso pesado” del episcopado y está llamado a ser uno de los principales líderes de la Iglesia española de la era postRouco. El cántabro Carlos Osoro Sierra, de 63 años de edad, alcanza la titularidad de la segunda mayor sede episcopal de España y, probablemente, la última estación de una fulgurante carrera, que le llevó de Orense a Oviedo y, ahora, a Valencia, en tan sólo once años. Sucede a su amigo, el cardenal Agustín García Gasco, al que conoce desde sus años jóvenes de profesores del Instituto de Teología a Distancia.

Afable, cercano, simpático y extraordinariamente sociable, los valencianos van a contar con un arzobispo que parece hecho a su medida. Serio y ponderado, cuando hay que serlo, pero alegre y extrovertido siempre. Tiene palabras de afecto para cualquier fiel y cultiva especialmente la cercanía y la amistad con sus curas, sabedor de que son sus primeros y principales colaboradores. Con una excelente preparación teológica, Osoro hace gala de una capacidad de trabajo proverbial y de una actividad inaudita.

Como obispo es un “todoterreno”, que igual oficia una sencilla eucaristía en el último pueblo de la diócesis que se reúne con los más importantes empresarios o los políticos de todo signo y condición. Porque, aunque Don Carlos pasa por ser un claro exponente de la derecha eclesiástica, la verdad es que se encuentra muy lejos de la implicación política directa de su predecesor en Valencia. Osoro se llevará bien con todos los partidos y, al menos públicamente, no se decantará por ninguno. Como mandan los cánones conciliares.

Porque Osoro es un prelado que creció como cura en la estela del Concilio Vaticano II y nunca renunció a él. Siempre combinó a la perfección las exigencias evangélicas con la autonomía de las realidades temporales. Quizás, porque fue maestro antes de cura, literalmente hablando.

Nacido en Castañeda (Cantabria) el 16 de mayo de 1945, en el seno de una familia acomodada, cursó, entre otros, estudios de magisterio, pedagogía y matemáticas. Y hasta ejerció la docencia hasta su ingreso en el Seminario para vocaciones tardías Colegio Mayor El Salvador de Salamanca para realizar, en la Universidad Pontificia, los estudios de Filosofía y de Teología. Ordenado sacerdote el 29 de julio de 1973 en Santander, pronto pasó a ocupar diversos puestos en la Curia. Hasta escalar al puesto de máximo rango. En 1976 es nombrado Vicario General y en 1977, rector del seminario de Monte Corbán (Santander), cargo que ejerce hasta que accede a la mitra.

El 22 de febrero de 1997 fue nombrado Obispo de Orense, la diócesis en la que se formó como prelado. Y tan sólo cinco años después, el 7 de enero de 2002 fue designado arzobispo de Oviedo. En Asturias, heredó una diócesis hecha a imagen y semejanza de su anterior titular, el carismático y progresista Gabino Díaz Merchán. Pero, a pesar de algunos conflictos con más resonancia mediática que calado real, supo hacerse con sus riendas y hasta convocó un Sínodo, que tendrá que concluir su sucesor.

Su valía es reconocida por sus pares y, de hecho, lleva años desempeñando cargos de relevancia en la Conferencia episcopal. Primero, los obispos lo eligieron para dirigir la sensible comisión del Clero durante dos trienios. Actualmente, y también por segundo trienio consecutivo, es miembro del Comité Ejecutivo, el máximo órgano de decisión del episcopado. Se le suele encasillar entre los miembros del sector más conservador de la jerarquía, pero, en ese caso, se trataría de un conservador muy moderado, con excelente cintura y con una enorme capacidad de diálogo.

Le gusta pasear y conducir su propio coche. Es un conductor experto y rápido. También le encanta visitar a las madres de sus sacerdotes o presentarse de improviso en la casa de un cura que sabe que está pasando una mala racha. Sabe hacerse “todo con todos”. De ahí que proclame su amor a los asturianos “por lo grandón que tienen el corazón” y a Asturias. “Llevaré a donde vaya el concepto de asturianía”, explica casi con lágrimas en los ojos.

Pero, ahora, ya se siente valenciano. De hecho, como él mismo confiesa, lleva “27 días aprendiendo valenciano”, va a incorporar a su escudo episcopal el Santo Grial, símbolo de la Iglesia de Valencia, y se pone “en manos de la Mare de Deu dels Desamparats”.

Su receta para hacerse con su nueva diócesis es simple: “Me han aconsejado que sea yo mismo, y eso voy a hacer”. Y eso significa, para él, “gastar la vida por anunciar a Jesucristo con vosotros, siendo de todos y para todos”.

Osoro es, sin duda, junto al cardenal Cañizares y al arzobispo castrense, Juan del Río, uno de los máximos aspirantes a la presidencia de la Conferencia episcopal. No en vano llega a una diócesis con un enorme peso en la Iglesia, sólo superada por la de Madrid. Y con cifras espectaculares: superficie 13.060, población 3.127.368, católicos 2.962.702, sacerdotes 1.541, religiosos 4.690, diáconos permanentes 8.

Una diócesis imponente, que podría subdividirse bajo su mandato, y para cuyo pastoreo, el nuevo arzobispo está dispuesto a ofrecer “caridad hasta el extremo, conocimiento de las personas que se me encarga, solicitud por todos, misericordia para con los más pobres, estar siempre disponible, cercano y en búsqueda de todos los hombres con la bondad del Buen Pastor”. No son malos propósitos. Y conociéndolo, seguro que monseñor Osoro los pone en práctica. Enhorabuena, monseñor. Que Dios lo bendiga.


José Manuel Vidal
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