Llantos en la Sixtina

Llantos en la Capilla Sixtina. Pero de bebés. De 20 bebés, bautizados por el Papa y que sembraron con sus sonoros sollozos, sus chupetes, sus vestidos blancos, una bella ceremonia bautismal. Una estampa inusitada en un marco incomparable y que, al tiempo, infunde respeto. Con el Juicio final al frente, el Papa escenificó la importancia que la Iglesia concede a este sacramento de la iniciación cristiana.

Pero hasta en ese marco al Papa anciano se le veía sumamente complacido. Uno a uno fue derramando el agua sobre las cabecitas de los 20 bebés. Primero decía el nombre.Después echaba el agua con una concha de plata. Agua abundante (Benedicto no escatima los elementos visibles de los sacramentos).

Casi todos los niños, al sentir el agua sobre sus cabecitas, se despertaban. Algunos lloraban. Y el Papa les miraba con mimo y sonreía, con una sonrisa apacible de abuelo, a los bebés y a sus padres. Padres y bebés que guardarán un recuerdo imborrable y unas imágenes históricas en sus mentes y en sus corazones para toda la vida.

Quizás recordase el Papa anciano aquel 19 de abril de 2005, cuando fue elegido el 265 sucesor de Pedro. Pesaba entonces el mundo que iba a ser un Papa de transición. Y va ya camino del octavo año de su pontificado. Se le ve débil. Los maestros de ceremonia le llevan en volandas cada vez que tiene que subir o bajar escalones. Pero resiste con entereza.

Quizás recordase que, allí al lado, en la llamada sala de las lágrimas, posiblemente llorase y se pusiese en manos del Padre ante la enorme cruz que iba a cargar sobre sus débiles-fuertes espaldas. Y es que Dios manifiesta siempre su fuerza en la debilidad. Benedicto XVI es un claro ejemplo.

José Manuel Vidal
Volver arriba