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Benedicto XVI no le gusta ser objeto de sátira. O no les gusta a sus colaboradores, empezando por su secretario, padre Georg Genswein, y siguiendo por los obispos italianos. El diario de la Conferencia Episcopal,
Avvenire, publicó el sábado un editorial en el que llamaba "cobardes" a los humoristas que "ridiculizaban a las personalidades católicas", y el martes fue el propio padre Georg quien declaró que las bromas carecían de "altura intelectual" y no resultaban aceptables.
El cardenal
Paul Poupard comentó que la sátira sobre el Papa era "ofensiva contra la persona". El cardenal
Walter Kasper opinó por su parte que no se podía permitir "el daño a una persona de tanta autoridad". Otro que se sumó a las críticas fue el historiador Paolo Prodi, uno de los hermanos mayores del presidente del Gobierno italiano, Romano Prodi.
En declaraciones al
Corriere della Sera, Paolo Prodi vino a decir que las sátiras contra el Papa, con una tradición más que milenaria en Roma, tenían mérito siglos atrás, cuando el humorista se arriesgaba a la condena a muerte. En un comentario, La Repubblica condenaba las condenas, pero resaltaba que ningún humorista italiano se atrevía a hacer bromas sobre Mahoma.
Quizá los tiempos están cambiando. Porque
Juan XXIII contaba chistes sobre sí mismo. Sin ir tan lejos, Juan Pablo II nunca se quejó de una viñeta o de una imitación.