El Papa con las familias del mundo

Si perdiéramos esta fe, el mundo ignoraría el destino final de la humanidad.
Esta fe no es un elemento del pasado religioso, sino realidad presente, oferta de sentido y luz para caminantes hacia el mundo nuevo de la resurrección de Cristo, el gran adelantado de la humanidad, que ha inaugurado un futuro de vida eterna y feliz para cuantos creen en él y le aman.
Viene el Papa a dar ánimo a los cristianos para que no dejen de ser testigos de esta vida gloriosa de Cristo, que ilumina la nuestra en este mundo perecedero. Viene a iluminar con el amor de Dios el amor humano, donde se superan todas las dificultades de la vida y el hombre se recobra día a día de la muerte. Viene a recordarnos que nuestra cultura perderá pujanza humanismo sin la luz de la fe que ha inspirado sus mayores creaciones espirituales de la civilización cristiana.
El Papa nos llama a afrontar el reto de transmitir a las nuevas generaciones con acierto la fe recibida. ¿Cómo hacer esta transmisión de la fe? Cierto que mediante el fortalecimiento de quienes la tienen debilitada, sacudidos por la atmósfera agnóstica que respira nuestra sociedad, pero al mismo tiempo mediante la educación en ella de los niños, imposible sin la colaboración de la familia.
Sin esta colaboración la oposición entre el ambiente familiar y el parroquial, o su simple yuxtaposición y disparidad neutralizan la labor de la catequesis, dejándola sin respaldo. La iniciación cristiana de los niños y adolescentes requiere ese apoyo familiar, regazo afectivo de una opción de vida y ámbito natural de las propuestas de vida que permiten al niño interiorizar no sólo un sistema de creencias, sino también un código de conducta acorde con ellas. Por eso cuando falta la colaboración de los padres, éstos para obrar con coherencia a la hora de presentar a sus hijos al bautismo han de apoyar y consentir en la contribución a la educación en la fe de los abuelos y de los padrinos u otros familiares directos del niño.
La Iglesia tiene ante sí el reto de un programa de educación en la fe de la infancia y de la adolescencia; y su desarrollo progresivo y armónico, respetuoso con el desenvolvimiento personal del niño, en libertad y responsabilidad, requiere la colaboración de las familias. De ella dependerá el éxito de la adhesión a la fe de las nuevas generaciones y su permanencia en ella.
Para el logro del objetivo, los cristianos han de fortalecer la vida familiar, tan agredida por la nueva mentalidad ambiente, enemiga de considerar la familia como realidad inserta en el orden de la creación, sencillamente «natural», generada en el amor que une a un hombre y una mujer dando cauce a la procreación de la vida humana. El cauce por el que transita el crecimiento personal del niño y que mejor preserva su dignidad como persona. No vale argumentar contra lo más común apelando a la patología familiar ni tampoco al desconsuelo de la infancia abandonada.
Ya es bastante desgracia que a un niño le falte uno de los padres o que le falten los dos, como para poder privarlos, además, legalmente de ellos.
Una mentalidad contraria a la estabilidad familiar es un obstáculo indudable para el desarrollo de la personalidad y de la fe de un niño. Como lo es también la propuesta plural de modelos de familia, que programa una educación sexual de la infancia de espalda a la realidad común o natural de los sexos y del matrimonio; considerando que los que llama injustamente “distintos modelos de familia” son todos de idéntico valor humano y humanizador, meras opciones abiertas indistintamente a la voluntad y elección discrecional del niño.
Ante esta propuesta educativa, voluntarista y de graves consecuencias para el desarrollo de la personalidad de los niños y adolescentes y para la sociedad, el Papa apela a lo que la luz de la razón y la revelación de Cristo nos enseñan sobre la verdad honda de la vida humana y, por eso mismo, de la familia; sin dejar de advertir de los graves riesgos que encierra volver la espalda a la contundencia de la creación.
Adolfo González Montes,Obispo de Almería