Pascua de Resurrección

Culmina la Semana Santa con la solemne celebración del gran acontecimiento de la Resurrección del Señor. La Iglesia, que ha estado velando en anhelante espera al Señor, que fue sepultado, canta y proclama en la Vigilia Pascual las maravillas que hizo el Señor en la creación y en la historia de salvación con su pueblo. Canta, sobre todo, la gran maravilla de la Resurrección del Señor, de la que las otras maravillas no eran sino sombra, figura y anticipo.

La Luz divina que bajó del cielo y que se ocultó por la muerte de Cristo, alumbra ahora con nuevo y más brillante resplandor, disipando las tinieblas del mundo y venciendo la muerte y el pecado. Jesucristo Resucitado, Luz verdadera, alumbra y brilla en medio de su Iglesia e ilumina el camino de todo hombre y mujer que vienen a este mundo.

El Bautismo, Sacramento pascual por excelencia, que se celebra o conmemora en la Noche de Pascua, constituye, por la incorporación a la Muerte y Resurrección del Señor, el paso de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la orfandad a la filiación y a la familia, de la alienación a la identidad, de la extranjería a la patria.

La Eucaristía, Memorial de la Muerte y Resurrección del Señor actualiza y renueva el acontecimiento salvador de Jesucristo, que muere y resucita por nosotros y por todos.

El Domingo de Resurrección es el día más grande del año de los cristianos. Día de alabanza a Dios Padre por la Resurrección de su Hijo y de acción de gracias porque nos ha revelado este misterio y, por la acción del Espíritu que nos ha sido dado, nos ha hecho partícipes de los frutos de la Redención por la fe y el Bautismo.

Día para vivir la gozosa esperanza de nuestra propia resurrección que se asienta en el sólido fundamento de la Resurrección de nuestro Señor y Maestro, Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, de la que somos sus miembros.

Día para ejercitarnos en el amor a Dios y al prójimo, porque, con el Señor hemos pasado de la muerte a la vida. Y lo sabemos porque amamos a los hermanos

La celebración auténtica de la Pascua tiene como fruto inmediato la comunicación por parte del Señor del don de su Espíritu y con él la alegría, el gozo y la paz.

Esencialmente vinculada a la celebración de la Pascua y al encuentro con el Señor Resucitado, está la misión que Él mismo nos encomienda de ir a comunicar la experiencia vivida, a proclamar al mundo entero la Buena Noticia, el Evangelio, que no es otro que el mismo Señor Resucitadlo, testimoniando nuestra palabra con nuestras acciones y con nuestra vida.

La celebración de la Pascua se prolonga durante cincuenta días hasta Pentecostés. Pero se renueva siempre, cada vez que celebramos un Sacramento, sobre todo en la Eucaristía.

Marcados por la fe en Cristo Resucitado, nuestra vida no puede seguir arrastrando los signos de la muerte. Estamos marcados por los signos del Espíritu, tales como la alegría, el gozo, la paz, la esperanza, el amor y la pasión por vivir y anunciar al Señor Resucitado, esperanza y fundamento de nuestra resurrección y de la salvación del mundo.

Os saluda y bendice vuestro Obispo

José Sánchez, obispo de Sigüenza-Guadalajara.
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