El cardenal y el ex presidente: un diálogo que hace amigos

Es más lo que los une que lo que los separa. El cardenal Cañizares, ministro de Liturgia del Papa, y el ex presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, mantuvieron ayer, en la Universidad Católica de Ávila, un debate de guante blanco. Con más coincidencias que divergencias. Aunque con una diferencia de fondo.

Cañizares preconizó como piedra angular de la convivencia social la ley natural (naturalmente, interpretada por la Iglesia católica), mientras el político socialista le concedió a la declaración universal de los Derechos Humanos ese papel primordial en las democracias.

“Gracias por el tono”, le dijo Zapatero al cardenal, cuando se saludaron, tras concluir el debate. Y es que el tono, razonable y razonado, dialogante a lo sumo, fue la característica fundamental del encuentro entre ambos. Un debate más bien divulgativo, a mucha distancia del famoso coloquio entre el filósofo Habermas y el entonces cardenal Ratzinger. Ni Cañizares es Ratzinger ni mucho menos Zapatero es Habermas.

Además, ni Cañizares ni Zapatero son lo que eran o fueron. Durante años, el 'pequeño Ratzinger' (como se conoce en los ámbitos eclesiásticos al cardenal Cañizares) fue el azote del entonces presidente socialista, desde su papel de Primado de España. Hasta le acusó de tener un plan para “descristianizar” España. Pero Zapatero hace meses que se fue a su casa y su plan laicista hace aguas, pasado por el tamiz del PP.

Y Cañizares ya no es al cardenal de las Españas, sino el prefecto del Culto divino y de la disciplina de los sacramentos. Y su paso por Roma, como fiel amigo del Papa, limó algunas de sus aristas. Aunque, el purpurado español siempre fue un hombre dialogante. Tanto que, en plena 'guerra' contra el socialista Zapatero, consiguió, con la inestimable ayuda de María Teresa Fernández de la Vega, el acuerdo de financiación más ventajoso que jamás haya conseguido la Iglesia católica española.

Dos hombres de diálogo, que lo escenifican públicamente en la Universidad Católica de Ávila Cañizares juega en casa. Fue obispo de la ciudad amurallada y creador de la citada universidad, regentada ahora por las Cruzadas de Santa María, una organización de la galaxia eclesial más conservadora. Zapatero juega en campo ajeno. Y así se lo hace sentir la gente, con ganas de abuchearlo y de hacerle pagar el supuesto “acoso” al que sometió a la Iglesia.

Pero, como buen anfitrión, el cardenal salió rápido en su defensa: “Ruego a los presentes sencillamente que nos dejen hablar. Los que no nos dejen hablar a los dos se han equivocado de lugar”. Y la gente se calmó, con esporádicos silbidos a ZP.

Y ZP, el gran perseguidor, se vino abajo y olvidó el látigo de fustigar a la Iglesia. Y, tras ponderar la aconfesionalidad del Estado, hasta reconoció “la influencia decisiva del cristianismo en España y en Europa”, al tiempo que reivindicaba el modelo de Habermas para las relaciones Iglesia-Estado: respeto, cooperación y aprendizaje. A su juicio, “la cuestión religiosa” que tanto dividió a los españoles, está felizmente superada.

Tanto Cañizares como Zapatero coincidieron en que la crisis económica es una crisis de valores. Pero, mientras el cardenal critico la “Europa de los mercaderes” y sin referencias “al bien común”, Zapatero reivindicó los logros alcanzados con la Unión y pidió más “unión monetaria, fiscal y social”.

Cañizares replicaba que “sólo hay futuro para Europa” si vuelve a sus raíces cristianas y se asienta en el sacrosanto principio de la “dignidad de la persona humana”. Porque “hay poderes empeñados en que desaparezca la herencia cristiana de Europa”. Y sentenció: “No hay democracia sin conciencia”. A lo que ZP, rápido de reflejos, añadió: “La democracia es conciencia”.

Cañizares, como los profetas clásicos, utilizó en dosis adecuadas el anuncio y la denuncia. En el anuncio, invitó a soñar: “Hay que soñar. Faltan Quijotes y sobran Sanchos”. En la denuncia, recordó especialmente a los jóvenes que “quieren cosas grandes y buenas”, pidiendo para ellos trabajo. Zapatero se sumó a la cruzada juvenil y alabó a esta “generación potente y, además, solidaria y participativa”.

Y, como si de dos colegas se tratase, el cardenal y el político socialista terminaron hermanados en un canto mutuo al diálogo. “No se puede cerrar la puerta al diálogo con nadie”, dijo Cañizares. “El diálogo es la puerta que abre todos los caminos”, sentenció Zapatero.

Francisco Marhuenda, el director de La Razón, que apenas tuvo que ejercer de moderador, levantó la sesión dialogante del “atrio de los gentiles” a la española. Un debate en la estela de los de Habermas-Ratzinger, Pera-Ratzinger o Eco-Martini. Un debate que vuelve a acercar a España al cardenal Cañizares, cuyo futuro podría pasar por Madrid, como sucesor de su otrora amigo, el cardenal Rouco Varela.

Pero ésa es la 'madre de todas las batallas eclesiásticas españolas', cuyo desenlace sólo tiene un árbitro: el Papa de Roma. Mientras, el 'pequeño Ratzinger' prepara el camino y busca aliados. Desde el Rey, su amigo, hasta Zapatero, su antaño 'enemigo'. Desde el Psoe al PP, cardenal de todos.

Del debate sale reforzado Cañizares y la propia institución que, como siempre desde hace siglos, puede volver a entonar ante el otrora su gran 'enemigo', el célebre non praevalebunt. En un momento dado, ZP se convirtió en la punta de lanza de un modelo (laicista, según la Iglesia; de libertades, según los socialistas)que puso en peligro la cosmovisión católica. Y que terminó exportándose al mundo, especialmente a Latinoamérica. En Ávila, se volvió a demostrar que noy hay quien pueda con la Iglesia. Y que 'sic transit' el momento de gloria de Zapatero, que quiso doblegar a la Iglesia y sólo le hizo cosquillas.

La Iglesia española gana imagen pública, sale de su castillo enrocado, tiende puentes, alarga la mano y, como dice el Papa, propone y no impone su mensaje. Un mensaje que puede dar sentido a la vida y ayudar a poner rumbo hacia la esperanza. Como señaló el cardenal Cañizares, reconvertido en un pequeño Quijote de Dios.

José Manuel Vidal
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