En defensa de la paloma

Pero, ajena a esa realidad, en ese mismo Sínodo, la Iglesia apostaba por volver al pasado, como si el único mea culpa que tuviera que entonar se relacionara con sus avances litúrgicos y sus latines olvidados. Nadie puede negarle a cualquier organización su legítimo derecho a caminar hacia atrás o hacia delante y quizá la Iglesia entienda que caminar hacia atrás, hacia sus orígenes, es un modo de caminar hacia su futuro.
Yo también lo entendería así si los pasos hacia atrás no se quedaran en el Concilio de Trento y fueran al verdadero Jesús. Pero algunos de esos lectores de este diario que veneran al Papa más que al Espíritu Santo, con todos sus derechos, me reprocharán que me meta en camisas de once varas y trate de decir a Su Santidad por dónde ha de ir.
Sin embargo, yo, que tengo en más estima al Espíritu Santo que al Papa, con todos mis derechos, me siento en la obligación de salir en defensa de esta persona de la Trinidad, que no por ser representada como paloma, animal incómodo donde los haya, es la menos importante del fundamental misterio.
Y es que ni al Padre ni al Hijo pone en tantos compromisos la jerarquía eclesiástica como al Santo Espíritu, con lo cual parece con frecuencia que, volando tan alto, carece de todo sentido de la realidad. Por ejemplo: ¿es responsable el Espíritu Santo de que en una Iglesia alborotada por la entrepierna Ratzinger crea que el celibato es un privilegio divino? Fernando G. Delgado (Levante).