El obispo de la revolución silenciosa
Lo dijo en su despedida. «Es difícil hacer balance, porque la Iglesia no es cosa de números y letras. A nosotros nos toca sembrar». Y lo ha hecho, sin publicidad y bien pegado al terreno de las parroquias rurales, que ha tenido oportunidad de conocer a fondo durante sus itinerarios pastorales. No ha dejado rincón de la Diócesis sin visitar, ni arciprestazgo sin dar la vuelta. Había que actualizarlos y hacer ver a los fieles de los pueblos que no es malo compartir cura, que las vocaciones escasean y que la comunidad cristiana se tiene que implicar más en las parroquias, empezando por la caridad.
Lo que espera Casimiro López Llorente es que su sucesor en la prelatura zamorana remate la configuración de las unidades pastorales «que está decretada y firmada y, en algunos casos, ya se puede ir caminando».
Otro aspecto de la vida diocesana de Zamora que ha mimado López Llorente es la relación, algunas veces escabrosa, con las cofradías de Semana Santa. Su solución ha sido crear una delegación específica «al cuidado de la religiosidad popular», y encarar de una vez por todas el proyecto marco para adaptar los estatutos de funcionamiento de las hermandades a los nuevos tiempos sin perder la esencia asistencial y religiosa que tenían cuando se fundaron. Una patata caliente, la de la integración de la mujer, que tendrá que recoger su sucesor.