Los obispos contra el relativismo moral

La asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española ha elaborado una Instrucción Pastoral que ayer se dio a conocer bajo el título de «Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II».

Se trata de un texto de treinta folios, densos y muy meditados, que se destinan a una sociedad «que se siente tentada a apostatar silenciosamente de Dios». Quizás en ese adverbio -silenciosamente- deba explicarse el tono convencido y rotundo de un documento episcopal que, aunque polémico, sólo sorprenderá a quienes han malinterpretado los signos eclesiales posteriores al Concilio Vaticano II, en cuyo nombre se ha producido eso que los prelados denominan «secularización interna», en cuyo origen, consideran los obispos, se encuentra «la pérdida de fe y de su inteligencia, en la que juegan, sin duda, un papel importante algunas propuestas teológicas deficientes, relacionadas con la confesión de fe cristológica».

Los obispos apuntan, en consecuencia, a la aparición y extensión, en los circuitos eclesiales internos y en los soportes mediáticos, de unas tesis teológicas y morales que no se atienen a la ortodoxia eclesial, sin la cual, concluyen, se está produciendo una profunda crisis. Los obispos españoles describen cuatro aspectos esenciales de esa crisis que aparta la sociedad de Dios. Apuntan en primer término a «una concepción racionalista de la fe y de la revelación»; después piensan que la crisis se alimenta de un «humanismo imanentista aplicado a Jesucristo», que se completa con una «interpretación meramente sociológica de la Iglesia», y se añade a un «subjetivismo-relativismo secular en la moral católica».

El elemento que hace común todos estos factores críticos es, dicen los obispos, «el abandono y el no reconocimiento de lo específicamente cristiano, en especial, el valor definitivo y universal de Cristo en su Revelación, su condición de Hijo de Dios vivo, su presencia real en la Iglesia y su vida ofrecida y prometida como configuradora de la conducta moral».

A partir de este diagnóstico, los obispos españoles desarrollan unas argumentaciones que refutan con solvencia teológica y moral impugnaciones formuladas desde disidencias internas y reiteran los vectores esenciales de la teología católica y de la teoría moral.

Respecto ni de una ni de otra se han producido relativismos -seriamente denunciados por el Papa Benedicto XVI- en las formulaciones autorizadas, pero es cierto que se ha ido gestando una cierta ausencia de referencias para acotar algunas versiones sobre el magisterio de la Iglesia, en las que el disenso ha ganado mucho terreno. A esos disensos se refiere la Instrucción de la Conferencia en términos muy concluyentes (párrafos 48 a 51), que hacen referencia directa a asuntos de índole ética muy álgidos en la vida pública española.

La Iglesia no es una institución coyuntural, sino permanente y que trasciende situaciones históricas concretas, incluso las más adversas; la Iglesia es jerárquica y exige una adhesión en la que la razón y la fe son compatibles hasta un cierto grado, aquél en el que interviene una entrega personal a la creencia de Cristo como Dios y la Iglesia, cuarenta años después del Concilio Vaticano II, se desenvuelve en una sociedad de libertades y no impone nada a nadie, aunque pretende convencer e influir, con plena legitimidad, sobre el devenir de las sociedades en las que está presente.

Los cristianos, en este contexto, tienen -y la Instrucción Pastoral lo recuerda- el deber moral de no interiorizar como cierta esa afirmación según la cual estaríamos ante un «postcristianismo que se propone vivir como si Dios no existiera». De ahí que los obispos alerten del «relativismo radical» que conduce a una fractura entre la fe y la vida. Los prelados quieren llevar al ánimo de los católicos -y hacer reflexionar a los que no lo son- de la posibilidad natural de compartir vida y fe para proyectarlas como un todo moral sobre la convulsa realidad de nuestros días. Y a esa labor llaman los obispos a los católicos.

Sería incongruente negar el derecho de los prelados a lanzar este mensaje; sería ignorante no reconocerles que son consecuentes con el magisterio de la Iglesia; sería sectario vincular estas reflexiones a integrismos políticos o sociales y sería opresivo que se descalificase -como es habitual, por desgracia- un documento de esta entidad teológica y moral desde una perspectiva política o partidista, porque la que le corresponde se sitúa en una concepción trascendente del hombre que se explica dialécticamente en la razón, pero también en la fe. En definitiva: este documento reclama respeto intelectual y, especialmente en la España de hoy, respeto moral. Y ninguno de los dos son habituales en nuestro país.

(Editorial de Abc)
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