“Si te he visto, no me acuerdo”, solía decir mi padre para expresar la ingratitud de algunas personas. Mala cosa es aprovecharse del prójimo como si fuera una escalera; apoyarse en él para conseguir algo, y después abandonarlo como al peldaño que nos ayudó para subir al piso. Y esta mezquindad está a la orden del día. ¿Quién no recuerda experiencias de este tipo en su propia vida? Con frecuencia utilizan estos sujetos el halago, la dulzura, la promesa; saben convencer. Después, si te he visto, no me acuerdo.
Muchos abusan de la bondad de otros a pequeña o gran escala, y en su fuero interno piensan que son débiles quienes les ayudan. Existe una ambición sana que estimula a la superación, a la búsqueda de lo mejor; pero junto a estas personas luchadoras se encuentran los abusones, los medradores a costa del prójimo. Invierten todas sus fuerzas en alcanzar puestos más altos, y se saltan las normas más elementales de convivencia. Con frecuencia consiguen su objetivo. Son listillos. Llaman al despacho de sus superiores inmediatos para que les abran la puerta siguiente; para ello utilizan estrategias inconfesables: ¡una por una subir! Son cual parásitos humanos, dispuestos a aprovecharse del último huésped. A los compañeros, tal vez pretendientes del mismo puesto por medios más nobles, los miran como rivales, pero a la vez son instrumentos para conseguir su fin.
Cuando la “víctima”, pasados los meses, se ha visto utilizada por el arribista, comprueba la indiferencia e ingratitud de aquel falso amigo, pródigo en promesas y sonrisas en los días de la lucha por el poder. Entonces la indignación sube a su rostro; incluso el odio quiere anidar en su corazón.
Si apreciemos esta ira en el corazón, conviene no dejarnos dominar por ella. Tampoco arrepentirse de haber sido bueno. Nos hemos sentido manipulados, pero nuestra fortaleza se encuentra en la misma bondad. Ahí está nuestro premio. Es necesario pensar entonces que el de verdad débil es el miserable; quien con espíritu falso ha manejado a sus compañeros para obtener su propio triunfo. En el fondo los arribistas son personas inseguras y mediocres. Mi idea es que saquemos un propósito para el futuro: cuando les atendamos, ser sagaces para advertirles de manera discreta que nos damos cuenta de su maniobra. Que si somos bondadosos, al menos no nos tengan por tontos.
José María Lorenzo Amelibia
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