Cuando leo el Evangelio, un pasaje de él me llena de santa emulación. Envidio a la hemorroísa; ella tocó la orla del vestido de Jesús, y recuperó la salud de su cuerpo. ¡Virtud maravillosa que brotó de la Persona del Verbo! ¡Oh si yo hiciera lo mismo que ella!
Oía a mi catequista de de los años infantiles exclamar con gran hondura de piedad sensible: ¡Quién pudiera como Juan, el Discípulo Amado, reclinar su cabeza junto al mismo corazón de Cristo! Hermoso sería.
A veces busco fórmulas rituales para prepararme y dar gracias
por la recepción del Augusto Sacramento.
Y parece que no acabo de darme cuenta. Al mismo Jesús de entonces lo tenemos ahora entre nosotros. Podemos unirnos a El con mayor intimidad que la hemorroísa; con una confianza semejante a la de Juan, el amigo de Jesús, que reposó su cabeza junto al hombro del Maestro.
Es preciso aumentar la fe. Antes de recibir al Amor de los Amores, o en el momento de entrar en el templo para visitar a Cristo, divino prisionero por amor.
Hablar con Jesús como un hambriento que pide para comer; como el ignorante, ansioso de enterarse; como el hijo confiado que espera la ayuda de su padre.
¡Reza, ama, espera! Y no te falte el ánimo si tarda en llegar la ayuda del Señor. Que aunque El nos pruebe, hará llegar su bendición hasta nosotros.
José María Lorenzo Amelibia
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