“EL ALTAR VACÍO”
Este es el título de un libro del que fue en su día presidente de la Conferencia Episcopal Sudafricana, Fritz Lobinger, ahora obispo emérito a sus ochenta y cuatro años. En este libro muestra la preocupación por la escasez de sacerdotes y propone la creación de equipos ministeriales, que así los llama él.
El autor pone de relieve como muchos sacerdotes están nombrados para atender a treinta o cincuenta parroquias, lo cual resulta del todo imposible. Señala el tipo de celebraciones sustitutivas, que por la imposibilidad de vivir en plenitud la Eucaristía van en una peligrosa pendiente de tono protestante. Pone de relieve, por otra parte el gran mérito de esas comunidades que se reúnen en domingo en el templo y viven la experiencia de una comunidad que por falta de sacerdote se ven privados de la Santa Misa.
La solución que propone Fritz Lobinger es la creación de equipos en las distintas localidades formados por líderes que después de un seguimiento puedan ser ordenados sacerdotes con capacidad para presidir las celebraciones. Serían personas que tendrían su trabajo profesional y dedicarían de forma gratuita, a tiempo parcial, sus servicios a la Iglesia local. Se constituirían equipos con un mínimo de tres con el fin, dice Lobinger, de evitar protagonismos, pues en la celebración participaría el equipo e irían rotando en la presidencia de las celebraciones. Como obispo en Sudáfrica sin duda ha conocido la situación de escasez sacerdotal con gran viveza, y busca soluciones que no es poca cosa.
En algún momento de esta obra dice que estos ministros ordenados no habría que considerarlos como curas casados, y eso me ha resultado pintoresco. Por un lado se pretende la creación de equipos con personas que tengan un trabajo y una vida familiar, sean ordenados sacerdotes con una mínima formación, se les designa como ministros ordenados, y al final que no conste que son curas casados.
Este libro es un testimonio más, de que la escasez de sacerdotes no afecta sólo al área europea, sino que incluye a otros muchos lugares. Lentamente, la Iglesia Católica va perdiendo poder temporal y su influencia sociológica cada vez es menor, por lo que la estrategia nos orienta hacia la creación de comunidades más reducidas que las supuestas comunidades parroquiales de diez mil, veinte mil o treinta mil feligreses. Con esta amplitud y número no es posible forjar lazos de fraternidad cristiana reales. La parroquia como tal tiene su razón de ser su función específica, pero la evangelización que hoy se demanda precisa de ámbitos más reducidos que realicen lo específico de la vivencia cristiana. Para todo eso se necesitan sacerdotes, y el actual modelo de sacerdote célibe no es suficiente para llevar a cabo la tarea que está pendiente.
El planteamiento de Lobinger tiene el mérito de abrir otros cauces al prototipo de sacerdote del Iglesia Católica de Rito Latino, y sólo por eso hay de darle la bienvenida. Esperemos que la reflexión y la discusión sobre este asunto se abran camino y el nuevo Papa sea capaz de abordar sin miedos ni reservas un tema de tanta trascendencia como es este que nos ocupa.
Pablo Garrido Sánchez
El autor pone de relieve como muchos sacerdotes están nombrados para atender a treinta o cincuenta parroquias, lo cual resulta del todo imposible. Señala el tipo de celebraciones sustitutivas, que por la imposibilidad de vivir en plenitud la Eucaristía van en una peligrosa pendiente de tono protestante. Pone de relieve, por otra parte el gran mérito de esas comunidades que se reúnen en domingo en el templo y viven la experiencia de una comunidad que por falta de sacerdote se ven privados de la Santa Misa.
La solución que propone Fritz Lobinger es la creación de equipos en las distintas localidades formados por líderes que después de un seguimiento puedan ser ordenados sacerdotes con capacidad para presidir las celebraciones. Serían personas que tendrían su trabajo profesional y dedicarían de forma gratuita, a tiempo parcial, sus servicios a la Iglesia local. Se constituirían equipos con un mínimo de tres con el fin, dice Lobinger, de evitar protagonismos, pues en la celebración participaría el equipo e irían rotando en la presidencia de las celebraciones. Como obispo en Sudáfrica sin duda ha conocido la situación de escasez sacerdotal con gran viveza, y busca soluciones que no es poca cosa.
En algún momento de esta obra dice que estos ministros ordenados no habría que considerarlos como curas casados, y eso me ha resultado pintoresco. Por un lado se pretende la creación de equipos con personas que tengan un trabajo y una vida familiar, sean ordenados sacerdotes con una mínima formación, se les designa como ministros ordenados, y al final que no conste que son curas casados.
Este libro es un testimonio más, de que la escasez de sacerdotes no afecta sólo al área europea, sino que incluye a otros muchos lugares. Lentamente, la Iglesia Católica va perdiendo poder temporal y su influencia sociológica cada vez es menor, por lo que la estrategia nos orienta hacia la creación de comunidades más reducidas que las supuestas comunidades parroquiales de diez mil, veinte mil o treinta mil feligreses. Con esta amplitud y número no es posible forjar lazos de fraternidad cristiana reales. La parroquia como tal tiene su razón de ser su función específica, pero la evangelización que hoy se demanda precisa de ámbitos más reducidos que realicen lo específico de la vivencia cristiana. Para todo eso se necesitan sacerdotes, y el actual modelo de sacerdote célibe no es suficiente para llevar a cabo la tarea que está pendiente.
El planteamiento de Lobinger tiene el mérito de abrir otros cauces al prototipo de sacerdote del Iglesia Católica de Rito Latino, y sólo por eso hay de darle la bienvenida. Esperemos que la reflexión y la discusión sobre este asunto se abran camino y el nuevo Papa sea capaz de abordar sin miedos ni reservas un tema de tanta trascendencia como es este que nos ocupa.
Pablo Garrido Sánchez