Después de un año de pontificado de Francisco, al que sus compañeros cardenales fueron a buscar al fin del mundo, muchos de nosotros mantenemos en nuestra memoria frases y gestos que, muy probablemente, no se dio con los papas anteriores.
De Juan Pablo II es fácil recordar el “totus tuus” de los primeros tiempos como expresión de entrega al cuidado maternal de la Virgen, o “no tengáis miedo, abrid la puertas a Cristo”.
El amplio magisterio de los papas anteriores, en encíclicas y exhortaciones, queda para una minoría que lee los documentos y en algunos casos los vuelve a leer de nuevo después de algún tiempo. Pero el estilo de Francisco es mucho más directo, personas que se mantenían alejadas de la Iglesia repiten alguna de sus frases como “pastores con olor a oveja”, o “es una vergüenza” haciendo referencia a la tragedia de Lampedusa. Otros no podemos olvidar frases como “la curia romana es la lepra de la Iglesia”, o la presentación ante todo el orbe como obispo de Roma. El gesto inicial solicitando una oración en su primera aparición en la Plaza de San Pedro fue un signo que indicaba un rumbo nuevo en el pontificado.
Empezamos a entender lo de “ir a las fronteras” o “las periferias”, dando una sencilla pauta a la evangelización. Hasta don Ricardo Blázquez está en la línea de la acogida incondicional por parte de la Iglesia. Lo que hacen los nuevos gestos en los viejos jerarcas; hay que felicitarse. Nuestros obispos seguro que van a urgir que sus colaboradores inmediatos, sus presbíteros diocesanos, practiquen con esmero el kerygma antes que sobrecargar con una moralización inadecuada. Suenan campanas, y con cierta agudeza, sobre una nueva praxis ante los casos de personas divorciadas que desean acercarse a los sacramentos; y me imagino a nuestros obispos en primer tiempo de saludo ejecutando las nuevas disposiciones. Nuevos aires, quizá porque el nuevo papa viene de Buenos Aires, y como decía Antonio Pelayo en uno de sus comentarios hace unos meses, las nuevas disposiciones del papa Francisco iban a suponer un terremoto en la Curia vaticana. La verdad que hacia el exterior no trasciende gran cosa, pero es fácil que las nuevas directrices sobre el manejo de las finanzas y financiación de la propia Curia, han tenido que molestar agudamente a mas de un purpurado.
Bien por el papa Francisco. Entre la bibliografía aparecida al comienzo de su pontificado recuerdo la apreciación de un autor que decía de Jorge Bergoglio, que era un buen estratega, y esa apreciación está quedando de manifiesto. Algunos temíamos por su integridad física, y los riesgos estarán mientras Dios lo mantenga, pero en su proceder ha optado mostrar las cartas con las que pretende jugar la partida y paradójicamente eso le da una cierta ventaja. Aunque no lo parezca, la reforma de la Curia para cuadrar la economía de la propia Curia. Un paso posterior debería ser la concreción de algo que el propio Papa ha manifestado: poner a la curia vaticana al servicio de las conferencias episcopales, de forma que la Curia vaya dejando de ser “la lepra de la Iglesia”. Claro está, la cosa habrá de seguir avanzando en una nueva definición de la figura del propio Papa. Y en ese punto la misma Curia quedaría en el verdadero lugar que le corresponde.
Actualmente el Papa no es la piedra angular del ecumenismo, sino el obstáculo principal, pero no por ser el “sucesor de Pedro”, sino por las prerrogativas acumuladas a lo largo de muchos siglos fundamentadas en las falsas Decretales y una figura imperialista del papado. El Papa actual es muy consciente que es necesario volver a las fuentes y realizar una labor de purificación, revisión y despojamiento de falsos atributos para verificar el encuentro con las otras confesiones cristianas. Esta tarea es de envergadura, y es probable que necesitase de un sínodo especial que revisase en profundidad la propia figura del papado, juntamente con la colegialidad del resto de los obispos, que se ha quedado a menos de medio camino después del Concilio Vaticano II. Por esta vía tendría que abordarse de manera inevitable el asunto del celibato obligatorio dentro de la Iglesia Católica, de otra forma me parece que va a ser difícil, a pesar de aquellas declaraciones del actual Secretario de Estado, Pietro Parolin, en las que pensaba que esa disciplina eclesiástica debería ser revisada por el papa Francisco.
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Todas las misivas que enviemos a los obispos en particular, aunque sean por parte de asociaciones de sacerdotes han caído y seguirán cayendo en el olvido y silencio más absoluto, y eso por varias razones: primero, porque los sacerdotes secularizados, aunque existan asociaciones, estamos bastante atomizados y no mantenemos acciones conjuntas; segundo, porque los obispos saben que modificar el celibato obligatorio repercute de forma inmediata en la estructura jerárquica, y de eso no quieren oír ni hablar; tercero, porque los obispos temen las posturas que pudieran tomar los presbíteros que forman los distintos presbiterios; cuarto, no pocos clérigos perciben la vida matrimonial y el ejercicio del sacerdocio como incompatibles si se trata de tender a la santidad; quinto, el peso de las distorsiones doctrinales hacia el amor y la sexualidad, la mujer y el sacerdote no se han disipado aunque en el plano teórico se hagan concesiones.
En cualquier caso, los giros que pueden dar los acontecimientos son imprevisibles, por lo que lo anterior no pasa de ser una reflexión sin más ánimo que tratar de analizar de forma aproximada la situación. Si el Papa actual, tras una comisión de estudio y documento oficial dispusiese sobre el celibato obligatorio en sentido distinto de la normativa presente; y, por otra parte, estableciese cauces para la reintegración en el ministerio público de los curas dispensados que lo decidiésemos, ciertamente supondría un paso de gigante dentro de la marcha de la Iglesia.
Durante demasiado tiempo, la Iglesia ha cultivado posturas que la han llevado a encerrase sobre sí misma, algo que el papa Francisco denomina como “Iglesia autoreferencial”; o dicho de forma coloquial “una Iglesia que se mira al ombligo de continuo” para no perder su imagen complaciente.
El doble lenguaje practicado por la institución eclesial sobre el celibato ha sido históricamente proverbial; pero han calado en el pueblo cristiano las contradicciones doctrinales y el cartel de “infieles” y “traidores” hacia los que hemos solicitado la dispensa para casarnos. El papa Francisco quiere acentuar la misericordia y la acogida por parte de la Iglesia, para que nadie se sienta excluido. Así mismo, es el gran promotor oficial de la “ternura” en todas las acciones eclesiales para mostrar el verdadero rostro amoroso de Dios. Nuestro buen Papa, ¿se parará a pensar por un momento la gran segmentación interna que sufre la Iglesia dentro del presbiterio, por causa de una disposición meramente humana? ¿Piensa por un momento, nuestro Papa, en todos esos sacerdotes que ya no se toman la molestia de solicitar la dispensa del celibato y dan el paso a la convivencia con una mujer, abandonando las tareas del ministerio? ¿Considerará nuestro Papa, a ese otro sector de sacerdotes que mantienen una vida de conyugalidad, al tiempo que siguen en el ministerio? ¿Se detendrá nuestro Papa a pensar por unos instantes en el potencial humano y espiritual desperdiciado al relegar al ostracismo a más de ciento cincuenta mil sacerdotes en todo el mundo por decidir unirse en matrimonio? La lista de preguntas podría alargarse por eso habrá que darle la razón a Pietro Parolin cuando decía que “el Papa tendrá que abordar la cuestión del celibato” y esto habrá de hacerlo en profundidad: con rigor bíblico, con un verídico examen histórico, de acuerdo con las ciencias actuales que mejoran la comprensión antropológica de la persona, que por supuesto está abierta y afectada por la Gracia; el análisis de fondo deberá tener en cuenta la vertiente ecuménica, y la disposición del presbiterio con respecto al episcopado buscando siempre la unidad y la colaboración. Tiene que hacerse patentes dentro de la Iglesia Católica la valoración de la mujer y de la sexualidad, dos de los motivos históricos para abocar a los ministros ordenados a un celibato imposible y sin fisuras cuando lo entendemos en el conjunto. Siempre debe caber la opción por una vida en absoluta continencia, cuando esta proviene de un verdadero don de Dios, pero no se puede cargar sobre la generalidad una norma ajena al mandato de Jesús de Nazaret. Hay que seguir afirmando algo tan claro en el Nuevo Testamento: la mayoría de los apóstoles estaban casados y mantuvieron su condición de maridos y esposas, incluso en la misión evangelizadora itinerante (Cf. 1Cor 9, 5).
Algunos dentro de nuestra Iglesia querrían que este y otros versículos no existiesen, y de hecho pretenden interpretarlos de forma del todo pintoresca, pero los datos de la Escritura son insobornables a favor de una compatibilidad del sacerdocio y episcopado con el matrimonio. La imposición de la ley del celibato supone poner trabas a la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, porque dentro de la multiplicidad de carismas, también es posible la existencia del sacerdote y del obispo casados. Querido papa Francisco, si usted da un paso decisivo hacia la abolición del celibato obligatorio, dará usted un gran paso hacia una Iglesia Católica no “autorreferencial”.