San Ignacio tuvo una total confianza en sus hijos, no solo de palabra, sino también de obra. El ponía gran cuidado en educar las facultades de los de su Compañía, y el medio más eficaz era darles responsabilidades, de acuerdo con sus facultades. Nunca le defraudaban. Entendía que gobernar era sacrificarse; no buscar ninguna ventaja para sí mismo.
Correspondían a Ignacio sus hijos con un amor ternísimo y le entregaban su corazón. ¡Cuántas horas de oración le costó a este santo llegar a ser tan dulce para todos! No olvidemos su carácter fuerte.
Este hombre, que pedía una obediencia perfecta, no solía poner ante los ojos de sus cooperadores la autoridad cruda, sino daba las razones para mandar, y, sobre todo, la dulzura de su corazón hacía entrever que sólo iba por medio el amor a Dios y al sujeto de obediencia.
José María Lorenzo Amelibia
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