Asustan las responsabilidades sacerdotales

A veces, es cierto, me asustan las responsabilidades sacerdotales. Llego a comprender al Cura de Ars que se quería marchar de su parroquia y pasar al menos dos años de su vida en un convento para llorar su miserable vida. Es tremenda nuestra responsabilidad. Eso de que el rebaño está del todo en nuestras manos, y se va alejando cada vez más de los pastos. ¡Señor, le digo a nuestro buen Dios, Señor sin santidad no se pueden afrontar estas estos compromisos tan grandes que un día asumí! Ya me puedes dar tu fuerza, tu luz, tu gracia para poder serte un poco más útil.


Todo esto me impulsa a proponerme un día y otro el regresar a aquellas fuentes de la ascética tradicional cristiana que se resume en dos palabras: oración y mortificación. Estoy convencido de que el volver a los caminos enseñados por San Juan de la Cruz, Loyola, Sales, Ávila y tantos otros santos, fieles intérpretes del Evangelio, tiene que ser nuestra labor diaria. Nosotros mismos y las almas a nosotros encomendadas vamos a ser los principales beneficiarios.

Es verdad que soy un pastor sin rebaño, porque quienes disponen las cosas no me lo otorgan por mi condición de hombre casado; pero esto tiene sus ventajas, mi rebaño es todo el mundo, como el del Papa, el de Jesús, el de Teresa del Niño Jesús, el de los contemplativos. Además puedo influir aquí y allí, sin distinciones, puedo sembrar en todas las partes semillas de amor, de Evangelio, de mansedumbre... Todo esto supone para mí ser muy responsable y tener mucho celo para la salvación de las almas. ¡De cuántas maneras se puede ser sacerdote.... y santo!


José María Lorenzo Amelibia

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