Atiende al enfermo con cariño

El otro día asistí a una conferencia. ¡Dios mío!, me decía antes del acto: ¿Me aburriré como una ostra? Es que en los años de mi juventud hube de ser sujeto paciente de charlas y simposios a montones, y se grabó, en el diccionario de sinónimos de mi memoria, tedio equivalente a conferencia. Pero esta vez me equivoqué. Ni siquiera hube de echar mano de del recurso de tomar apuntes para no dormirme. Así se titulaba la charla: "Atiéndele con cariño". Era, por otra parte, el lema de pastoral sanitaria para el año en curso.

Nos hablaron del gran reto de nuestra sociedad: alargar la esperanza de vida hasta los ochenta y más años, pero de una forma útil, sin marginaciones, sin el trauma del "Alzheimer".


Hoy día existen en España alrededor de seis millones de mayores de 65 años, y pasan de tres millones los ancianos de más de 85. Todo esto parece muy positivo. ¡Qué nivel de vida!, decimos. Pero hemos de comprometernos todos. No se trata tanto de de ponderar el éxito social de haber prolongado la existencia del hombre sobre la tierra, como de aprender a acercarse al anciano, y darnos cuenta de que estamos en deuda con él.

He de confesar con sinceridad que he pasado ratos muy agradables y enriquecedores junto a hombres muy mayores. Media hora en compañía de alguno de ellos, supone salir del encuentro con ganas de vivir y de aprovechar el tiempo presente como él lo hizo.

Pero también merece nuestra atención y cariño el anciano cascarrabias, el desconfiado y huraño, el triste y pesimista. El fue en sus tiempos una persona del todo normal como nosotros, y tal vez la soledad prolongada agrió su carácter.

¿Qué se puede hacer por el hombre y la mujer mayores? Por supuesto escucharles, estar tranquilos sentados junto a ellos, y también tomarles del brazo para dar una vuelta a la manzana de la casa, leerles algunas noticias del periódico, o unos párrafos del Evangelio o de la "Imitación de Cristo". ¡Infundirles confianza en medio de sus temores!

Lo peor, para mí, es abandonarlos; y después de eso, engañarles con falsas promesas de salud, cuando su su decrepitud es evidente. Hemos de elevarnos algunas veces junto al anciano hacia nuestra gran esperanza del cielo; aconsejarles una buena confesión para reconciliarse del todo con el Dueño de la vida. Creo que mi experiencia positiva de haber pasado buenos ratos con las personas mayores será compartida por otros muchos.

José María Lorenzo Amelibia

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