Canonizaciones


Pero ¿cómo se llega a los altares? ¿Quienes son los que acceden al catálogo de los santos? El proceso es arduo y complicado y normalmente dura varias décadas. Sin embargo algunos pueden alcanzar esas cumbres con relativa rapidez, como lo hizo San Josemaría Escrivá y posteriormente la madre Teresa de Calcuta o Juan Pablo II.

He conocido a hombres muy santos. Algunos incluso están ya en proceso de beatificación. Entre ellos cito al Padre Manuel García Nieto. Muchos lo califican como uno de los mayores santos de todos los tiempos. No voy a dar detalles. Otro es Don Germán Aldama, sacerdote alavés, párroco rural durante muchos años y que dejó un halo de santidad en su entorno. También va caminando su proceso. Podía citar varias decenas de personas de una talla extraordinaria pero desconocidas de la mayor parte del mundo. La santidad abunda en la Iglesia.


No voy a explicar ahora los pasos necesarios. Tan sólo me fijo en lo material. Es necesario fama de santidad y… ¡mucho dinero! En las últimas décadas del siglo XX decían que para comenzar había que depositar veinte millones de pesetas, tal vez como garantía de continuidad. Además alguna persona, el vicepostulador de la causa, dedicaría mucho tiempo al asunto; tendría que hacer propaganda abundante para que la gente se enterase, se invocara al siervo de Dios y se obtuviera al menos un milagro claro.

Un monseñor, llamado el abogado del diablo, pone todas las pegas que puede para que no llegue a feliz término el proceso.

Mi propósito al escribir estas líneas es muy simple, una pregunta: ¿Por qué algunos consiguen llegar a santos con tanta rapidez, y otros, como San Juan de Ávila, han tardado siglos?

¿Por qué hay santos de primera magnitud en el amor y nunca serán canonizados? Pongo por caso Vicente Ferrer, jesuita que posteriormente se casó. Y otros muchos. ¿Por qué tanta demora en canonizar a un Oscar Romero? ¿Por qué tanta rapidez en Juan Pablo II o en El Padre Josemaría Escrivá?

Y encuentro una respuesta: son humanos los promotores, los examinadores, y quienes resuelven la cuestión. Tal vez sea la actual mejor manera de demostrar la santidad. Pero a mí no me satisface. Vale mucho la política, el interés de unas cuantas personas prepotentes... ¡Somos humanos incluso cuando tratamos lo divino! Y necesitamos en los dirigentes de la Iglesia un discernimiento más cercano al Pueblo.

¿Los milagros? Me decía un doctor: "Un médico meapilas con facilidad declara una curación milagrosa. Pero otro escéptico, jamás afirmará como prodigio una de estas curaciones". Y un sacerdote muy crítico afirmaba: "¿Por qué siempre han de darse como milagros las curaciones, cosa tan discutible siempre? Que exijan como prodigio, por ejemplo, la lluvia de panes desde el cielo, o que a una persona con la pierna amputada le renazca en unos momentos el miembro desaparecido".

Lo cierto es que cuando el Papa declara a una persona santa y la canoniza, es infalible, no puede equivocarse, está en el Cielo. Pero esto no quiere decir que el canonizado sea ejemplo de todas las virtudes, aunque sí de algunas.

Y no extraña a nadie que a veces digamos: “Este no es santo de mi devoción”. ¡Y más vale que no nos obligan a tener devoción a algunos santos!

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