Consejos médicos y vivencias propias

Cuando estamos preocupados por nuestra salud, escuchamos con gusto consejos médicos. Buscamos asimismo libros de divulgación que ilustren nuestro caso. Y me parece legítimo este deseo de saber, pero he de confesar que necesitamos algo más, cuando comienza a angustiarnos el problema de nuestro futuro en cuestiones vitales. No hemos de contentarnos con la ayuda técnica del sanitario. El enfermo y el anciano necesitan el desahogo con el amigo fiel; y más aún el apoyo del sacerdote y el consuelo de la religión.

Así nos comunicaba un compañero de setenta y dos años:


- A primeros de junio del año pasado tuve una brutal subida de tensión, que me trabó la lengua durante muchos días, y me dejó paralizado de las dos piernas durante meses. Todavía no me he repuesto totalmente.

Yo pensaba para mí: "Casi seguro que nunca ya te recuperarás del todo. ¿Pero por qué le he de decir mi juicio tan negativo, que por otra parte él lo sospecha más en carne viva que yo? Ya se irá dando cuenta poco a poco".

Cuando llegamos a la edad madura es preciso cambiar de costumbres alimenticias; practicar ejercicio físico con moderación; y un largo etcétera, que los médicos nos explican con bondad y paciencia.

Pero el anciano, por muy bien que se encuentre, va perdiendo su agudeza visual y auditiva, olvida del todo la agilidad física y mental de su juventud, y sufre un montón de enfermedades propias: desde la artrosis, hasta deficiencias cardio - vasculares. Nos repiten esto hasta la saciedad los manuales y conferencias que leemos o escuchamos. Pero ¿por qué no fijarnos en lo positivo?

El anciano recuerda con nitidez y detalle vivencias de su niñez y juventud. Me decía un amigo mayor:

- Me lo paso fenomenal haciendo oración a mi modo. ¿Recuerdas
todas aquellas canciones de nuestra juventud, cuando íbamos a comulgar?: "Yo soy de Dios, oh dulce pensamiento, que anega el alma en celestial amor; el mismo Dios morar gustoso quiere en mi pobre y frío corazón..." Y me fue entonando con suavidad ésta y otras diez o doce más.

Mi amigo dedicaba muchos días un buen rato a la oración simplemente cantando al Señor estos motetes eucarísticos.

- ¡Me lo paso "bomba"!, exclamaba de nuevo.

A mí me gustó la idea, y he comenzado a practicar. ¿Te animas
tú también?

La experiencia religiosa de nuestro años jóvenes retoma una enorme fuerza durante nuestra edad adulta. Dios se sirve de esto para aumentar nuestra fe y amor a El. Bien llevada la ancianidad es como una recapitulación de la vida entera en aras de nuestra fe.

José María Lorenzo Amelibia
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