Recuerdo a una joven que se quejaba con angustia de la carrera tan difícil que había elegido. En algunos momentos se arrepentía de haber comenzado aquellos estudios tan áridos, casi imposibles de aprobar. Pero transcurrieron los años, y al final, obtuvo el título tan deseado. Se acabaron las penas, preocupaciones y sufrimientos estudiantiles.
Decía nuestra amiga: "Merecía la pena pasar por momentos de inquietud; con todas estas labores me he formado, he curtido mi temperamento, y he conseguido un puesto de trabajo digno. Aquellos años de insomnio ya no volverán. En cambio el título obtenido me sirve para toda la vida. ¡Y cuánta razón tenía! Destacó nuestra amiga en la vida profesional, porque el trabajo humano bien realizado siempre fructifica.
Entiendo que te quejes, querido enfermo, cuando llegan las noches de insomnio y los días grises sin poder salir de casa. Pero no te desanimes como quien carece de esperanza. Nuestra estudiante pensaba en el porvenir para aliviar su estrés de aburrimiento en los días interminables de aridez intelectual. Tú, eleva mucho más alto el corazón. Piensa en el cielo. Considera que el tiempo de la tierra, en comparación con la eternidad, es como un relámpago. Santa Teresa de Jesús lo decía de una manera muy gráfica: Esta vida es "como una noche desagradable pasada en una mala posada".
Abrete a la esperanza.
Imagina que estás ya en el cielo. Te das cuenta de los sufrimientos que pasaste en el mundo. Merecía la pena. Tu destino es mejor que cualquier puesto de trabajo por más prestigioso y lucrativo que aparezca en la existencia terrena.
No renuncies a la felicidad. Pero la dicha verdadera no se encuentra en comodidades y placeres. Conocemos a gente muy desgraciada, y les sobra de todo. La verdadera felicidad está en nuestra mente. Y la fe y esperanza cristianas son virtudes que nos ayudan del todo a preparar nuestra alma para la eternidad, donde no existe ya el dolor para quienes sirvieron a Dios.
Has de intentarlo. Vivir con una ilusión es propio de personas inteligentes, equilibradas y llenas de fe.
José María Lorenzo Amelibia
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