A veces pienso que la enfermedad peor que existe en el mundo no es el cáncer, ni el sida, ni las cardio - vasculares; es el hambre. Se calcula que al menos ochocientos millones de personas pasan hambre en nuestro planeta; de ellos trescientos millones son niños. El hambre es el mayor azote de la humanidad en pleno siglo XXI. Y a todos se nos ocurren soluciones. Incluso damos unos euros para paliar las necesidades de nuestros semejantes, pero nunca hasta la fecha se ha remediado el mal. De vez en cuando vemos a personas heroicas que entregan su vida con la finalidad de ser un poco eficaces para curar esta enfermedad catastrófica.
Hace algo más de veinte años nombraban obispo de Palencia a Nicolás Castellanos. Entonces era un cura joven, inteligente y dinámico, y parecía que subiría en la "carrera" eclesiástica. Pero inesperadamente "dejó" su cargo episcopal y marchó a tierras de misión, a Bolivia, a una región de lo más pobre, en un barrio de Santa Cruz de la Sierra. Quería hacer realidad un proyecto, "encarnar de verdad el Evangelio de Jesús" entre los más pobres y desheredados. Hoy Castellanos ya es mayor, con setenta y dos años cumplidos. Pero sigue al pie del cañón y de vez en cuando viene por su patria y nos recuerda la necesidad de trabajar contra la terrible enfermedad del hambre. Dice que es preciso despertar en el ambiente "una nueva conciencia planetaria". Afirma reiteradamente: "Hay que crear y apostar por una nueva globalización, nuevas conquistas sociales que lleven a una sociedad más justa y solidaria". Y afirmaba que simplemente dando todos los estados el 0,7% de su presupuesto, se acabaría el hambre. Pero, sin darle importancia, él había ya hace años entregado su vida a esta labor del todo evangélica.
Es necesario que todos nos comprometamos en las campañas organizadas por unos cuantos líderes mundiales para dar fin a la epidemia más grande de todos los tiempos: el hambre. No es mucho pedir, cuando vemos el ejemplo de tantos valientes que lo entregan todo, como el obispo Castellanos, Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer, que nos decidamos a dejar mil caprichos tontos, e incluso cosas convenientes pero no necesarias, para ayudar a solucionar este problema acuciante. La "misión" de nuestro obispo cuenta con doscientos mil pobres. Es un botón de muestra en el panorama mundial. Algo podemos hacer; y si no somos capaces de "darnos" a una misión, al menos, sí, ayudar en ella con algo de lo que nos sobra e incluso de lo que nos resulta útil.
José María Lorenzo Amelibia
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