Señor, enséñame a no hablar
como un bronce que retumba
o como una campanilla aguda
sino con amor.
Hazme capaz de comprender
y dame la fe que mueve las montañas,
pero con el amor.
Enséñame aquel amor
que es siempre paciente y siempre gentil;
nunca celoso, presumido, egoísta y quisquilloso;
el amor que encuentra alegría en la verdad,
siempre listo a perdonar,
a creer, a esperar y a soportar.
En fin, cuando todas las cosas finitas se disuelvan
y todo sea claro, haz que yo haya sido
el débil pero constante reflejo
de tu amor perfecto.